martes, 24 de noviembre de 2009

Osho

EL ABC DE LA ILUMINACION
Aceptación
Durante tan sólo veinticuatro horas, prueba lo siguiente: aceptación total; suceda lo que suceda. Si alguien te insulta, acéptalo, no reacciones y observa lo que ocurre. De repente notarás que fluye en tu interior una energía que nunca antes habías notado. Cuanto te sientes débil y alguien te insulta, te molestas y empiezas a pensar de qué manera tomarás venganza; esa persona te ha atrapado y, en adelante, no harás otra cosa que darle vueltas y más vueltas. Durante días, noches e incluso años, no podrás dormir y tendrás pesadillas. Hay gente capaz de desperdiciar toda su vida por una nimiedad insignificante, como que alguien le haya insultado. Basta con volver la vista hacia tu pasado para recordar unas cuantas cosas. Cuando eras un chiquillo, el maestro te llamó idiota en clase y todavía lo recuerdas con rencor. Tu padre dijo algo, pero tus padres lo han olvidado y no logran recordarlo ni aunque tú se lo recuerdes. Tu madre te lanzó determinada mirada y desde entonces te ha acompañado la herida, que sigue abierta, en carne viva, y explotarás con sólo que alguien la roce. No dejes que la herida se extienda, no permitas que te esclavice. Busca las raíces; acércate al Todo. Durante veinticuatro horas –sólo veinticuatro horas– trata de no reaccionar, de no rechazar nada; pase lo que pase. Si alguien te empuja y te derriba, ¡cáete! Luego levántate y vete a casa. No hagas nada al respecto. Si alguien te agrede, inclina la cabeza y acéptalo con gratitud. Vete a casa, no hagas nada; aunque sólo sea durante veinticuatro horas, y experimentarás un arrebato de energía que nunca antes habías conocido: una nueva vitalidad que surge de las raíces, y una vez que la hayas conocido, una vez que la hayas experimentado, tu vida cambiará. Luego te reirás de todas las tonterías que venías haciendo: de todos los rencores, reacciones y venganzas con las que te habías estado destruyendo. Nadie puede destruirte salvo tú; nadie puede salvarte excepto tú. Eres Judas al mismo tiempo que Jesús.

Actividad
Recuerda dos palabras: una es “acción”; la otra, “actividad”. La acción no es actividad; la actividad no es acción. Sus naturalezas son diametralmente opuestas. Acción es cuando la situación lo requiere: actúas; respondes. Actividad es cuando la situación no importa, no se trata de una respuesta; eres tan inquieto interiormente que la situación no es más que un pretexto para mantenerte activo. La acción nace de una mente silenciosa –es la cosa más hermosa del mundo–. La actividad surge de una mente inquieta –es la más deplorable–. Acción es cuando el acto tiene relevancia; la actividad es irrelevante. La acción responde al momento: es espontánea; la actividad está cargada de pasado. No es una respuesta al momento presente, sino más bien el exutorio de la inquietud que has venido arrastrando desde el pasado hasta el presente. La acción es creativa; la actividad es enormemente destructiva: te destruye a ti y destruye a los demás. Trata de entender esa sutil diferencia. Por ejemplo: estás hambriento y comes; eso es acción. Pero si no estás hambriento, no tienes el menor apetito y a pesar de todo comes, eso es actividad. Lo que haces es destruir la comida, machacarla con tus mandíbulas hasta destruirla, lo cual te permite un cierto alivio de tu inquietud interior.

Actuar
¡Deja de actuar! Pero cuando digo que dejes de actuar, no estoy diciendo que no hagas nada. Ésta es la segunda cosa que debes entender: cuando digo que dejes de actuar, no me interpretes mal, no estoy diciendo que no hagas nada. “Deja de actuar” significa simplemente que dejes de empujar a la corriente; que te dejes llevar por el río. Él ya va camino del océano y te llevará a tu destino, sea éste cual sea: X, Y o Z; eso es imprevisible. Nadie conoce el punto exacto en que el río se encontrará con el océano, ni dónde ni cuándo, y es bueno que nadie lo sepa. Es bueno porque así la vida sigue siendo un misterio; una continúa sorpresa. Uno se asombra a cada paso y le embarga una profunda admiración.
Admiración
Quien quiere ser admirado es porque no siente respeto por sí mismo. Somos educados con sentimientos de culpa que arraigan profundamente en nosotros. Desde el principio somos reprendidos por los padres, los maestros, los sacerdotes, los políticos y toda la clase dirigente. A todos los niños se les repite continuamente un único sonsonete: «Hagas lo que hagas, no está bien. Estás haciendo lo que no debes hacer y dejando de hacer lo que deberías hacer». Todos los niños reciben directa o indirectamente la impresión de que no son realmente queridos, de que sus padres están cansados, de que en cierto modo se los tolera o de que son una molestia. Eso causa una profunda herida en las personas y da origen al rechazo de uno mismo. Buscamos admiración para ocultar esa herida. La admiración es una compensación. Si te respetas a ti mismo, es más que suficiente; si te gustas a ti mismo, no tienes necesidad de ninguna admiración y ni siquiera la deseas, pues en cuanto empiezas a desear la admiración de los demás, empiezas a comprometerte con ellos. Tienes que colmar sus esperanzas, pues sólo entonces te admirarán. Tienes que acomodarte a sus dictados y no puedes gozar de una vida en libertad.
Adulterio
El significado corriente del término es hacer el amor con una mujer con la que no estás casado. Pero el verdadero significado del adulterio es hacer el amor no estando enamorado. Aunque se trate de tu propia esposa, si no estás enamorado, hacer el amor con ella es adulterio. Pero el hombre es un fenómeno complejo: hoy en día puedes estar enamorado de tu mujer – ¡sí, incluso de tu mujer! Sé que es difícil, duro y que además es muy raro, pero ocurre–. Hoy en día puedes estar enamorado de tu propia mujer, en cuyo caso hacer el amor con ella es una oración, una forma de culto y una comunión con la existencia. Sólo que esa comunión también se puede dar con cualquier otra mujer con la que no estás casado –si hay amor de por medio, no es adulterio–. Y si lo que hay por medio no es amor, incluso lo que haces con tu esposa es adulterio.
Adultos
Todos los niños son inteligentes, mucho más inteligentes que los llamados adultos. Los adultos son sólo “llamados”; es muy raro encontrarse con una persona que sea realmente un adulto. La principal característica de una persona verdaderamente adulta es que mantiene viva la inocencia y conserva la mirada asombrada y el corazón inquisitivo de un niño; la pureza y la claridad del niño siguen intactas en él. Ha logrado derrotar a la sociedad; no ha permitido que nadie destruya su inteligencia.
Agua
En todas las tribus primitivas, el agua simboliza la vida. La vida se basa en el agua: el ochenta y cinco por ciento del cuerpo humano es agua. Toda la vida, tanto la del hombre como la de los animales, los árboles y los pájaros, depende del agua. El agua era uno de los elementos básicos a los que había que rendir culto. Lo mismo que al sol, todos los pueblos primitivos rendían culto al agua; ambos eran venerados como dioses. Y tiene al mismo tiempo un significado metafórico. El agua representa varias cosas. La primera es que no tiene forma, pero puede adoptar cualquiera; tiene la capacidad de adaptarse a todas las formas. Si la viertes en un tarro, adopta la forma del tarro, y si la viertes en un vaso, toma la forma del vaso. Es infinitamente adaptable. Ahí radica su virtud: no conoce la rigidez. El hombre debe ser como el agua, y no tan rígido y frío como el hielo.
El agua siempre fluye en dirección al mar. Esté donde esté, siempre se dirige hacia el mar: hacia el infinito. El hombre debe ser como el agua y encaminarse siempre hacia Dios. El agua se conserva pura mientras está en movimiento: si fluye; y si se queda parada, se vuelve impura: estancada. Así que tanto el hombre como su conciencia deben mantenerse en movimiento, siempre fluyendo, y no quedarse parados en ninguna parte. Cuando el hombre se queda parado, se vuelve sucio e impuro. Si el flujo se mantiene y uno está dispuesto a pasar de un instante al siguiente sin asideros y sin el lastre del pasado, conserva la inocencia y la pureza.
Ahogamiento
Un buen nadador tiene tanta confianza que casi llega a fundirse con el río. No lucha contra él, no intenta agarrarse al agua y no está rígido ni tenso. Si te pones rígido y tenso, te ahogarás; si estás relajado, el río se ocupará de ti. Por eso cuando alguien se muere, su cadáver flota en el agua. Es un milagro; ¡es asombroso! El vivo se ahogó engullido por el río y el muerto sencillamente flota en la superficie. ¿Qué ha pasado? El muerto conoce algún secreto del río que el vivo ignora. El vivo luchaba; el río era su enemigo. Estaba asustado y desconfiaba. Pero el muerto, al no estar allí, ¿cómo podía luchar? El muerto está completamente relajado, sin la menor tensión, y de repente sale a la superficie. El río se ocupa de él. No hay ningún río capaz de ahogar a un muerto.
Alegría
La alegría es muy superior al placer y a la felicidad. Es mucho más delicada y más suave; más parecida a una flor. Si tienes que escoger entre las tres, mejor que te quedes con la alegría. Es una sutil armonía. Cuando tu cuerpo, tu mente y tu corazón funcionan al unísono, en profundo acuerdo, aparece la alegría. El cuerpo contribuye con algo y la mente también, pero quien aporta la mayor parte es el corazón. La alegría contiene un poco de placer, un poco de felicidad y alguna cosa más.
Alemanes
La gente siempre se ha preguntado cómo se las compuso Adolf Hitler para dominar a una raza tan inteligente como los alemanes. ¿Por qué? Parece una paradoja que un hombre como Martín Heidegger, uno de los más grandes pensadores de la época, apoyara a Adolf Hitler. Los grandes profesores de las grandes universidades alemanas dieron su apoyo a Adolf Hitler. ¿Por qué? ¿Cómo fue posible? Además, Adolf Hitler no era más que una persona estúpida, ignorante y poco sutil. Pero tenía algo en su interior de lo que carecían los profesores, las personas inteligentes y el propio Martín Heidegger. Tenía algo en su interior que ninguna persona inteligente puede tener: certidumbre absoluta. Era idiota, pero podía hablar sin cortapisas y afirmar cosas como si las supiera. Era un loco, pero su locura tuvo una gran repercusión: cambió completamente el curso de la historia humana. No es de extrañar que los alemanes se sintiesen tan interesados e impresionados por él. Eran personas inteligentes, de las más inteligentes del mundo, y la inteligencia siempre comporta confusión. Ése es el secreto del éxito de Adolf Hitler. La inteligencia comporta confusión y la confusión comporta estremecimiento y miedo; uno no sabe adónde ir ni qué hacer y empieza a buscar un caudillo. Empieza a buscar a alguien que pueda decir las cosas con rotundidad; que pueda afirmarlas categóricamente.
Alerta
Si estás alerta, si tus acciones son cada vez más conscientes, hagas lo que hagas, no lo harás en estado de somnolencia. Todos los esfuerzos de la sociedad van encaminados a volverte automático: a hacer de ti un autómata y convertirte en un perfecto mecanismo eficiente. Cuando empiezas a aprender a conducir estás alerta pero no eres eficiente, porque la alerta consume energía y tienes que estar alerta a muchas cosas: las marchas, el volante, el freno, el acelerador y el embrague. Hay tantas cosas a las que tienes que estar atento que no puedes ser eficiente; no puedes ir deprisa. Pero más adelante, cuando te vuelves eficiente, no necesitas ser consciente. Puedes ir tarareando una canción, reflexionando o resolviendo un acertijo mientras el coche circula solo. El cuerpo lo asume automáticamente. Eres más eficiente cuanto más automático te vuelves. La sociedad necesita eficiencia, por eso te hace cada vez más automático: hagas lo que hagas, sé automático. La sociedad no se preocupa de tu conciencia; tu conciencia es un problema para la sociedad. Se te exige que seas más eficiente y más productivo. Las máquinas son más productivas que tú. La sociedad no te necesita como hombre sino como dispositivo mecánico, por eso te hace más eficiente y menos consciente. En eso consiste la automatización. Así es como te engaña la sociedad. Te vuelves más eficiente, pero tu alma está perdida. Si puedes entenderme: todo el esfuerzo de las técnicas de meditación tiene que ir encaminado a desautomatizarte, a ponerte de nuevo alerta y a convertirte otra vez en un hombre, no en una máquina.
Alienación
Si desarraigas un árbol, empezará a morirse: su verdor desaparecerá, el follaje no tardará en marchitarse y nunca más dará flores. La primavera llegará y pasará sin que el árbol se entere. Se ha alienado de la existencia. Ya no está arraigado en la tierra ni en relación con el sol, ni le queda ningún puente. Está rodeado de muros y todos los puentes están rotos. Eso es lo que le ha sucedido al hombre moderno: es un árbol desarraigado. Ha olvidado cómo relacionarse con la existencia: cómo musitar a las nubes, los árboles o las montañas. Ha olvidado completamente el lenguaje del silencio... pues el lenguaje del silencio es el que tiende un puente entre tú y el universo que te rodea. El universo no conoce otro lenguaje. En el mundo hay tres mil lenguas; pero la existencia no conoce más lenguaje que el lenguaje del silencio. Después de la segunda guerra mundial, un general inglés estaba hablando con un general alemán. El alemán estaba muy perplejo; dijo: “Teníamos el ejército mejor pertrechado del mundo, la mejor tecnología de guerra, el líder más grande que haya conocido la historia y los mejores generales; además de un ejército leal. ¿Cómo es que no logramos vencer?, ¿por qué? ¡Parece francamente imposible que hayamos sido derrotados! Es increíble; aunque ha sucedido, ¡sin embargo no acabamos de creérnoslo!
—Te has olvidado de una cosa –dijo sonriendo el general inglés–, nosotros solíamos rezar a Dios antes de cada batalla; ése es el secreto de nuestra victoria.
— ¡Pero nosotros también teníamos por costumbre rezar a Dios cada mañana!– replicó el alemán.
—Sabemos que teníais la costumbre de rezar –exclamó el general inglés echándose a reír–, pero vosotros rezáis en alemán y nosotros en inglés, ¿y acaso os ha dicho alguien que Dios entienda el alemán?
Cada cual está convencido de que su lengua es la lengua de Dios. Los hindúes afirman que el sánscrito es la lengua sagrada, la lengua divina –Deva vani–; Dios sólo entiende el sánscrito. Pero preguntad a los mahometanos: para ellos, Dios sólo entiende el árabe; de lo contrario, ¿por qué tendría que haber revelado el Corán en árabe? Y si preguntáis a los judíos, Dios sólo entiende el hebreo. Dios no entiende ninguna lengua porque Dios significa la totalidad de la existencia. Dios sólo entiende el silencio, pero hemos olvidado el silencio. Y al olvidar el silencio, el arte de la meditación, nos hemos alienado.


CONSCIENCIA FEMENINA, EXPERIENCIA FEMENINA

NI MASCULINO NI FEMENINO
La consciencia no es ni masculina ni femenina, porque no le pertenece al cuerpo; está suspendida por encima del cuerpo. La gente viene a mí y me pregunta: “¿Dónde está localizada la consciencia?”. No puede localizarse, porque no forma parte del cuerpo. Está suspendida en algún lugar por encima de ti. No se encuentra exactamente en el cuerpo, no puede ser ubicada. Y una vez que lo percibas, tú también estás suspendido sobre tu cuerpo. Tú no estás en el cuerpo –este es el significado de la palabra inglesa “éxtasis”. Éxtasis quiere decir estar fuera de uno mismo, ecstasy –estar fuera.
Cuando eres consciente, te vuelves extático. Estás fuera de ti mismo. Te transformas en un observador en las alturas. No existe una consciencia correcta porque no hay ninguna posibilidad de una consciencia equivocada. La consciencia es correcta. Por tanto, no preguntes qué es una consciencia correcta, simplemente pregunta qué es la consciencia. La consciencia es simple, muy inocente. Todo el mundo la tiene, por tanto, no es una cuestión de conquista. Ya la posees. Cuando ves la puesta de sol, ¿no te das cuenta? Cuando ves una rosa, ¿no te das cuenta? Aprecias la bonita puesta de sol, percibes su belleza de la rosa; todo lo que necesitas es poner tu atención en tu consciencia también. Esto es lo único que tienes que añadir, el único refinamiento. Eres consciente de los objetos. Tienes que ser consciente de tu subjetividad. Todo el arte consiste en cómo funcionar desde la parte femenina de la mente, porque lo femenino está unido al Todo y lo masculino no está unido con el Todo. Lo masculino es agresivo, lo masculino está constantemente en lucha –lo femenino está continuamente en rendición, en profunda confianza. Por eso el cuerpo femenino es tan bello, tan redondo. Tiene una inmensa confianza y una gran armonía con la naturaleza. La mujer vive en profunda rendición –el hombre está siempre peleando, enojado, haciendo esto y aquello, tratando de demostrar algo, intentando llegar a ninguna parte. La mujer es feliz, no intenta llegar a ninguna parte. Pregunta a las mujeres si les gustaría ir a la Luna. Simplemente se quedarán asombradas. ¿Para qué? ¿Con qué motivo? ¿Por qué tomarse semejante molestia? El hogar es perfectamente válido. La mujer no está interesada en saber qué está pasando en Vietnam, en Corea o en Israel. A lo sumo, le interesa saber qué pasa en el vecindario, o como mucho, en quién se ha enamorado de quién, quién se ha escapado con quién… en los cotilleos, no en la política. Está más interesada en lo inmediato, aquí y ahora, y esto le da una armonía, una gracia. El hombre está tratando continuamente de demostrar algo, y si quieres demostrar, desde luego que tienes que luchar, competir y acumular. La experiencia de la infancia es lo que obsesiona a las personas inteligentes durante toda su vida. Quieren volver a tenerla –la misma inocencia, la misma curiosidad, la misma belleza. Ahora es un eco lejano; parece como si lo hubieras visto en un sueño. Pero toda la religión nace de la infancia, de su obsesionante experiencia de fascinación, de verdad, de belleza, de la vida danzando maravillosamente alrededor. Con el canto de los pájaros, los colores del arco iris, la fragancia de las flores, el niño en lo profundo de su ser sigue recordando que ha perdido el paraíso.
Actuando con consciencia, dondequiera que te encuentres, está el paraíso. Una vez lo hayas aprendido, no preguntarás: “¿Qué es la virtud?”. Preguntarás: “¿Qué es poner atención?”. ¿Qué es la consciencia?”. Cuestionarás: “¿Qué es meditación?” –porque eso hará que estés consciente y alerta.
Lo que trae infelicidad es pecado.
Lo que aporta alegría es virtud.
La consciencia nunca se pierde.
Sencillamente se enreda con el otro, con los objetos.
Así pues, lo primero que hay que recordar es que nunca s pierde, es tu naturaleza, pero puedes enfocarla en cualquier cosa que desees. Cuando te canses de dirigirla hacia el dinero, el poder, el prestigio, y legue a tu vida ese gran momento en el que quieres cerrar los ojos y conducir tu consciencia hacia su propio origen, hacia el punto de donde procede, hacia su raíz –en medio segundo tu vida se transforma.
Y no preguntes cuáles son los pasos a seguir; solamente hay uno. El proceso es muy simple. Solamente hay que dar un paso que consiste en volver hacia dentro.

La evolución de la consciencia atraviesa muchos altibajos. Es un sendero momentáneo. No te has equivocado –simplemente es que no estás familiarizado con el camino. Muchas veces la cuesta solo desciende para subir más alto que antes. Cruza valles para alcanzar la cima, y cada cumbre no es más que el principio de un nuevo peregrinaje, pues enfrente se encuentra un pico más alto. Pero para alcanzar la cúspide más alta, tendrás que volver a bajar otra vez. Una vez hayas comprendido que esto es lo natural, toda tu miseria, todas tus nubes simplemente se dispersarán. Uno tiene que aprender no solo a disfrutar durante el día, sino también por la noche –tiene su propia belleza. Las cumbres tiene su gloria, los vales su riqueza. Pero si te vuelves un adicto solamente a las alturas, estás empezando a elegir, y toda consciencia cuando empieza a elegir crea problemas. Mantente sin preferencias y, lo que quiera que llegue, disfrútalo como parte del crecimiento natural. La noche puede ser todavía más negra, pero cuanto más negra sea, más cerca está el amanecer. Así pues, disfruta del oscurecer de la noche, y aprende a ver la belleza de la oscuridad, de las estrellas, porque durante el día no encontrarás esas estrellas. Y nunca compares lo que ha sido, lo que debería ser y lo que es.
No es coincidencia que todas las religiones del mundo contienen en sus parábolas la idea de que en algún momento el hombre vivió en el paraíso y que, de alguna manera, por alguna razón, fue expulsado de él. Son diferentes historias, distintas parábola, pero que significan una sencilla verdad: que cada hombre nace en el paraíso y que después lo pierde. Los retardados, los faltos de inteligencia lo olvidan por completo.
Pero los inteligentes, los sensibles, los creativos siguen obsesionados con ese paraíso que una vez conocieron y del que ahora solo les queda una vaga e increíble memoria. Empiezan a buscarlo otra vez.
La búsqueda del paraíso es la búsqueda de la infancia otra vez. Desde luego tu cuerpo ya no será el de un niño, pero tu consciencia puede ser tan pura como la de un niño. Este es todo el secreto del sendero místico: hacer de ti un niño otra vez, inocente, no contaminado por ningún conocimiento, no sabiendo nada, alerta aún de todo lo que te rodea, con una enorme fascinación y sentido de un misterio que no puede ser desmitificado.
Naciste. Llegaste al mundo con vida, con consciencia, con una tremenda sensibilidad. Fíjate solamente en un niño pequeño –observa sus ojos, su frescura. Todo ello ha sido encubierto por una falsa personalidad.
La consciencia en sí mismo es un fenómeno natural. Naces con ella; pero está rodeada por el duro caparazón en el que se ha convertido la conciencia como adquisición moral condicionada y no la deja fluir. La conciencia es una roca que bloquea la pequeña fuente de la consciencia. Retira la roca y el manantial empezará a manar. Y con ese brote tu vida empieza a funcionar de una forma totalmente distinta que nunca antes habías imaginado siquiera, que nunca hubieras soñado. Y todo comienza a entrar en armonía con la existencia. Y estar en armonía con la existencia es estar en lo correcto –no estar en armonía con la existencia es incorrecto.
Así pues, la conciencia como tal es la causa raíz de todo lo equivocado, porque no te permite estar en armonía con la existencia. Y la consciencia siempre está en lo cierto de la misma manera que la conciencia siempre está equivocada.
Mira por un momento a un niño recién nacido: tiene ojos, tiene consciencia. Lo mira todo a su alrededor, ve todos los colores, las flores, la luz, la gente, sus caras, ¿pero crees que el niño reconoce el color verde como verde? ¿Piensas que discrimina entre un hombre y una mujer? ¿O que esto es bonito y aquello es feo? Tiene una consciencia no discriminatoria. Simplemente ve todo lo que allí está, pero no tiene ningún juicio sobre ello. No puede tenerlo –aún no le han presentado el color denominado verde o el color llamado rojo. Le llevará algo de tiempo aprender a discriminar.
De hecho, toda nuestra educación no es más que la creación de una consciencia discriminatoria en cada persona. Cada persona nace con una consciencia no discriminatoria –esto es, una consciencia testigo. Nace con eso que el sabio finalmente alcanza. Es un fenómeno muy misterioso que aquello que el sabio consigue como fin supremo, el niño lo posee desde el mismísimo principio.
No es una coincidencia que distintos místicos de diferentes épocas se hayan percatado del hecho de que la iluminación final no es más que la recuperación de la infancia. La misma consciencia que tenías en un primer momento cuando naciste tiene que volver a ser conquistada. No es que consigas algo nuevo, es el redescubrimiento de algo ancestral, eterno.
Te pierdes en el mundo… existen todas las posibilidades para que te pierdas, porque el mundo necesita todo tipo de discriminaciones, de juicios, de evaluaciones, la idea del bien y del mal, la idea de lo bueno y de lo malo –toda clase de deberías y no deberías. El mundo lo necesita y adiestra a cada niño para ello. El niño se pierde cada vez más en el lenguaje, en las palabras, los pensamientos, y finalmente llega a un punto desde el que no puede encontrar el camino de regreso a casa.

Naciste únicamente con consciencia, y todo lo demás lo has ido acumulando después. Todo aquello que tu mente ha acumulado después de tu infancia, déjalo a un lado –y dejarás de interponerte en el camino. Con esta simple comprensión encontrarás abiertas las puertas del templo de tu ser.

Un cuento:
Un rey japonés envió a su hijo para que un místico, un maestro, le enseñara a ser consciente.
El rey era anciano y le dijo a su hijo: “Pon toda tu energía en aprender porque, salvo que seas consciente, no vas a sucederme. No voy a darle mi reino a alguien que está dormido e inconsciente. No es una cuestión entre padre e hijo. Mi padre me lo dio a mí solamente después de haber alcanzado la consciencia. Yo no era la persona adecuada porque no era su hijo mayor, era el menor. Pero mis otros dos hermanos, mayores que yo, no podían alcanzarla.
“Lo mismo va a ocurrirte a ti. Y el problema es aún más complicado porque yo solo tengo un hijo: si tú no alcanzas la consciencia, el reino irá a parar a manos de cualquiera. Tú serás un mendigo de la calle. Por tanto, para ti es una cuestión de vida o muerte. Ve con ese hombre, él ha sido mi maestro. Ahora ya es muy mayor, pero sé que si alguien puede enseñarte, ese hombre es él. Dile: “Mi padre está enfermo, viejo, puede morir cualquier día. Queda poco tiempo y tengo que ser totalmente consciente antes de que muera, de lo contrario perderé el reino”.
Un cuento también muy simbólico: Si no eres consciente, pierdes el reino.
El hijo del rey fue a ver al viejo maestro de las montañas. Le dijo: “He sido enviado por tu discípulo, el rey”.
El maestro era muy anciano, más que su padre. Le contestó: “Recuerdo a ese hombre. Era realmente un auténtico buscador. Espero demuestres tener la misma calidad, el mismo genio, la misma totalidad, la misma intensidad”.
El joven príncipe afirmó: “Lo haré todo”.
A lo que el maestro respondió: “Entonces, empieza por limpiar en la comuna. Y recuerda una cosa: que te golpearé en cualquier momento. Quizá cuando estés limpiando el suelo yo me acerque por detrás y te golpee con mi vara; así pues, mantente alerta”.
Él replicó: “Pero yo he venido a aprender consciencia…”.
Y el maestro le contestó: “Así es como aprenderás”.
Pasó un año. Al principio recibía muchos golpes cada día, pero poco a poco empezó a estar más consciente. Hasta incluso las pisadas del viejo…, podía encontrarse haciendo cualquier cosa, por muy absorto que estuviera en su trabajo, inmediatamente se daba cuenta de que el maestro estaba rondándolo. El príncipe estaba preparado. Después de un año el maestro lo golpeó por la espalda mientras estaba muy enzarzado hablando con un compañero del ashram. Pero el príncipe continuó conversando y, aún así, pudo esquivar la vara antes de que le alcanzara el cuerpo.
El maestro le dijo: “Está bien. Este es el final de la primera lección. Esta noche empezamos la segunda”.
El príncipe contestó: “Creí que esto era todo. ¿Esto es solo la primera lección? ¿Cuántas más quedan?”.
El anciano respondió: “Depende de ti. La segunda lección consiste en que ahora te golpearé mientras duermes y tienes que mantenerte alerta cuando estés dormido”.
Él replicó: “Dios mío. ¿Cómo puede uno estar alerta dormido?”.
El viejo aclaró: “No te preocupes. Miles de discípulos han pasado la prueba. También tu padre la pasó. No es imposible. Es difícil, pero es un reto”.
Y desde entonces, cada noche recibía golpes en seis, ocho o doce ocasiones. Era difícil dormir. Pero a los seis meses empezó a sentir dentro de él una cierta consciencia. Llegó un día que, justo cuando el maestro iba a golpearlo, con los ojos cerrados le dijo: “No te molestes. Eres demasiado viejo. Me duele que estés tomándote tantas preocupaciones. Soy joven, puedo sobrevivir a los golpes”.
A lo que el anciano contestó: “Bendito seas. Has superado la segunda lección. Pero hasta ahora he estado golpeándote con mi vara de madera. La tercera lección consiste en que ahora empezaré a golpearte, desde mañana por la mañana, con una espada auténtica. ¡Mantente alerta! Un solo momento de inconsciencia y estás acabado”.
Por la mañana temprano, el maestro solía sentarse en el jardín, escuchar a los pájaros cantando…, ver las flores abrirse, el sol naciendo. El príncipe pensó: “¡Ahora va a ser peligroso! Una vara de madera era dura, difícil, pero no iba a matarme. Una espada auténtica…”. Él mismo era un espadachín, pero no se le daba la oportunidad de protegerse; su única protección sería permanecer consciente.
Entonces se le ocurrió una idea: “Este viejo es realmente peligroso. Antes de empezar la tercera lección e gustaría comprobar si él mismo puede pasar la tercera prueba o no. Si va a poner en riesgo mi vida, no puedo permitirle hacerlo sin haber comprobado si es merecedor de ello o no”. Esto eran solo pensamientos que se le ocurrían mientras yacía en la cama. La mañana era fría.
El maestro le ordenó: “¡Sal de debajo de tu manta, idiota! ¿Quieres golpear a t propio maestro con una espada¿ ¡Avergüénzate! Puedo escuchar las pisadas de tus pensamientos.., abandona esa idea”. Lo había escuchado; aunque no le había dicho ni hecho nada.
Los pensamientos también son cosas. Los pensamientos, al moverse, también hacen ruido, y quienes están completamente alerta pueden leer tus pensamientos. Aun antes de que tú los percibas, ellos pueden advertirlos.
El príncipe estaba realmente avergonzado. Cayó a los pies del maestro y dijo: “Perdóname. Soy un auténtico estúpido”.
Pero ya que se trataba de un problema de espada, una espada d verdad, empezó a ser consciente de todo lo que le rodeaba, incluso de su propia respiración, del latido de su corazón. Se daba cuenta de la más mínima brisa pasando entre las hojas, de una hoja caída volando en el viento. El maestro lo intentó unas cuantas veces pero siempre lo encontró preparado. No pudo golpearlo con la espada porque no podía sorprenderlo inconsciente, despistado. Siempre estaba alerta. Era una cuestión de vida o muerte –no puedes permitirte estar de ninguna otra manera que no sea alerta.
Durante tres días el maestro no pudo encontrar ni un solo momento, ni un solo resquicio. Y después del tercer día, le llamó y le dijo: “Ahora ya puedes marcharte y comunicar a tu padre que el reino es tuyo, aquí tienes una carta de mi parte”. Estar alerta es el proceso de mantenerse cada vez más despierto.

CUALIDADES FEMENINAS/ EXPERIENCIA FEMENINA
La mujer ha sufrido mucho porque la mente femenina también ha padecido mucho. La mujer ha estado muy oprimida porque también su mente femenina lo ha estado. Siglos y siglos de opresión, de explotación, de represión; se ha practicado mucha violencia contra la mujer. Naturalmente, se ha vuelto astuta. Ciertamente, ha desarrollado su ingenio inventando sutiles métodos para torturar a los hombres. Es natural. Esa es la forma de actuar de los débiles. Quejándose, protestando –así es como ellos funcionan. Excepto que comprendas esto, no podrás superarlo.
La mujer es frágil. Esa es su condición. Tiene una mayor armonía que el hombre. Es más musical, más rítmica que el hombre. Otra cosa: el hombre la ha estado aleccionando en cierta manera; le ha inculcado una mente determinada que no le permite deshacerse de su esclavitud. Esto viene siendo así desde hace tanto tiempo que la ha penetrado asta los mismos huesos. Ella lo ha aceptado.
Pero la libertad es tal que, ocurra lo que ocurra, permaneces enfocado en ella. Nunca puedes perder el deseo de ser libre, porque ese es también el deseo de ser religioso, de ser divino. La libertad continúa siendo el objetivo, suceda lo que suceda.
Por tanto, ¿qué hacer cuando no existe manera alguna de sublevarse dado que la sociedad completa es machista? ¿Cómo luchar contra ello? ¿Cómo preservar un poquito de dignidad? La mujer se ha vuelto astuta y diplomática. Empieza a hacer cosas que directamente no son un ataque, pero sí indirectamente. Lucha con el hombre de forma sutil.
Ahí quedan siglos y siglos de indignidad y humillaciones. Puede que tu hombre no te haya hecho nada malo, pero él es la representación de todos los hombres. No puedes olvidarlo. Amas al hombre, a este hombre, pero no puedes amar la organización que los hombres han creado. Puedes amar a este hombre pero no puedes perdonar al hombre como tal. Y cuando miras a ese hombre, allí descubres la mente machista, y empiezas otra vez.
Esto es verdaderamente inconsciente. Crea una cierta neurosis en las mujeres. Las mujeres son más neuróticas que los hombres. Es natural, porque viven en una sociedad machista, confeccionada por y para los hombres, y ellas tienen que vivir en ella, amoldarse a ella. Tienen que amputarse muchas de sus partes, de sus miembros –miembros vivos- para ceñirse al papel mecánico que les es dado por el hombre. Se resisten, luchan. Y de esta continua lucha surge una cierta neurosis. En esto consiste ser una “insidiosa”. Sé que existen situaciones en las que dos personas no están de acuerdo, pero eso es parte del crecimiento. No pedes encontrar a nadie que esté completamente de acuerdo contigo. Especialmente los hombres y las mujeres están en desacuerdo porque sus mentes son diferentes, su actitud ante las cosas es completamente distinta. Funcionan desde centros distintos. Por eso es absolutamente natural que no se pongan de acuerdo con facilidad, pero no hay nada malo en ello. Y cuando aceptas a una persona y la amas, también amas sus discrepancias. No empiezas a pelear, a manipular; intentas comprender el punto de vista del otro. E incluso si no puedes estar de acuerdo, al menos puedes aceptar estar en desacuerdo. Pero, aún así, perdura este profundo y sutil acuerdo: “Está bien, estamos de acuerdo en discrepar. Sobre este punto no vamos a llegar a un acuerdo –muy bien- pero no hay ninguna necesidad de pelear”.
El hombre es más argumentador. Hasta aquí las mujeres lo han aprendido: que si pasas por la argumentación, él ganará. Por eso no discuten, pelean. Se enfadan, y lo que no puedan hacer mediante la lógica, lo hacen a través de la ira. Lo sustituyen con el enfado, y, desde luego, el hombre acepta pensando: “¿Por qué crear tanto problema de una cosa tan pequeña?”. Pero esto no es un acuerdo y funcionará como un muro entre los dos. Escucha sus argumentos. Existen posibilidades de que esté en lo cierto –porque la mitad del mundo, el mundo exterior, el mundo objetivo, tiene que ser enfocado desde la razón. Por tanto, cuando se trate de una cuestión del mundo exterior existen más posibilidades de que el hombre tenga razón. Pero cuando sea un asunto del mundo interior, la mujer tiene más posibilidades de estar en lo cierto, porque allí no se necesita la razón. Así pues, si vas a comprar un coche, escucha al hombre, y si vas a elegir una iglesia, escucha a la mujer.
Hombre y mujer tienen que llegar a una cierta comprensión de que, en cuanto a lo que concierne al mundo de los objetos y las cosas, el hombre es más propenso a estar en lo cierto y ser más exacto. Él funciona mediante la lógica; es más científico, más occidental. Cuando la mujer actúa intuitivamente es más oriental, más religiosa. Es más probable que su intuición la lleve por el camino correcto. Así, si te diriges hacia una iglesia, sigue a tu mujer. Ella tiene un sentido más preciso para las cosas del mundo interior. Y si amas a una persona, poco a poco, llegas a comprenderlo, y surge un pacto tácito entre los dos amantes: quién va a tener razón en qué. Y el amor es siempre comprensión.
Tanto la mente femenina como la mente masculina pueden revelar muchos misterios: pero así como existe conflicto entre la ciencia y la religión, también lo hay entre hombre y mujer. Se espera que un día hombre y mujer se complementen en lugar de chocar entre ellos, pero ese día será el mismo que la ciencia y la religión también se complementen entre ellas. La ciencia escuchará comprensivamente lo que la religión diga, y la religión lo hará con la ciencia. Y no habrá abusos, porque los campos son absolutamente distintos. La ciencia se dirige hacia el exterior, y la religión hacia el interior.
Las mujeres son más meditativas, los hombres más contemplativos. Ellos pueden pensar mejor.
Bien; cuando sea necesario pensar, escucha al hombre. Las mujeres pueden sentir mejor. Cuando sea necesario sentir, escucha a la mujer. Y ambos, sentir y escuchar, hacen de la vida un todo. Así pues, si realmente os amáis, os transformaréis en un símbolo del yin/yang. ¿Has visto el símbolo chino del yin/yang? Dos peces casi encontrándose y fundiéndose el uno con el otro en un movimiento profundo, completando el círculo de la energía. Hombre y mujer, femenino y masculino, día y noche, trabajo y descanso, pensamiento y sentimiento; no son antagónicos entre sí, son complementarios. Y si amas a una mujer o a un hombre, ambos engrandecéis enormemente vuestros seres. Os completáis.

SENSIBILIDAD
Toda la existencia está llena de sensibilidad –y el hombre es el producto más elevado de esta existencia. Naturalmente, tu corazón, tu ser, está listo para desbordarse. Has estado escondiéndolo, reprimiéndolo; tus padres y tus profesores te han dicho que seas duro, que seas fuerte, porque es un mundo lleno de retos. Si no puedes luchar y competir, no serás nadie. De esta manera, sólo unas cuantas personas, como poetas, pintores, músicos, escultores, que han dejado de pertenecer al mundo competitivo, que no esperan acumular billones de dólares, son las únicas a las que les queda algún vestigio de sensibilidad.
El meditador está en el camino de la mística; cada vez se volverá más sensible. Y cuanto más compartas tu sensibilidad, tu amor, tu amistad, tu compasión, más cerca estarás del objetivo de ser un místico.
Incluso a los niños pequeños, particularmente a los varones, desde sus comienzos se les frustra diciéndoles “no debes llorar”. Esto es condenatorio. Las mujeres pueden gemir y llorar porque hasta ahora no han sido aceptadas como seres humanos en igualdad. De alguna manera son infrahumanas, y por eso se las acepta –las mujeres son débiles. La sensibilidad ha sido concebida para ser débil.
Puede haber dos tipos de contacto: cuando realmente tocas y cuando simplemente evitas tocar. Puedo tocar tu mano y evitar el contacto. Puedo no estar presente en mi mano, puedo haberme abstraído. Inténtalo, y tendrás un sentimiento diferente, distante. Coloca tu mano sobre alguien y abstráete. Lo que allí hay es una mano muerta, tú no estás. Y si el otro es sensible, sentirá una mano muerta. Se sentirá insultado. Estás engañando; estás haciendo ver que tocas, pero no estás tocando.
Las mujeres tienen mucha más sensibilidad para esto, no puedes engañarlas. Ellas tienen una mayor sensibilidad para el contacto, el contacto corporal; así pues, ellas saben. El marido puede estar diciendo cosas muy bonitas. Puede que haya traído flores y le diga: “Te amo”, pero su contacto demostrará que no está presente. Las mujeres poseen un instinto para sentir cuándo estás con ellas y cuándo no. Es difícil engañarlas. Cuando el niño nace está indefenso. El bebé humano, particularmente, está completamente desamparado. Tiene que aprender de los demás para vivir, para mantenerse vivo. Esta dependencia es un pacto. El niño tiene que dar muchas cosas en ese intercambio, y la sensibilidad es una de ellas. El niño es sensible; todo su cuerpo lo es. Pero está desvalido, no puede ser independiente; tiene que depender de sus padres, de su familia, de la sociedad; tendrá que ser dependiente. Debido a esta dependencia e impotencia, los padres, la sociedad, siguen forzándolo a hacer cosas y tiene que ceder. De otra forma no puede mantenerse vivo, morirá. Así pues, tiene que ofrecer muchas cosas en esta negociación.
Lo primero realmente profundo y significativo a lo que todo niño tiene que renunciar es la sensibilidad, tiene que abandonarla. ¿Por qué? Porque cuanto más sensible es, con más problemas se encuentra, es más vulnerable. Con la mínima sensación empieza a llorar. Los padres tienen que detener su llanto, pero no pueden hacer nada. Pero si el niño continúa sintiendo cada sensación al detalle, acabará siendo un fastidio. Y los niños se hacen pesados, por eso los padres tienen que reducir su sensibilidad. El niño tiene que aprender a resistirse, a controlarse. Y poco a poco tiene que dividir su mente en dos. Por esta razón, hay muchas sensaciones que deja de sentir porque no son “buenas” –se le castiga por ellas.
Todo el cuerpo del niño es erótico. Puede disfrutar de sus dedos, de su cuerpo; todo su cuerpo es erótico. Va explorando su propio cuerpo; es un gran fenómeno para él. Pero llega un momento en su exploración en el que descubre los genitales. Esto se convierte en un problema, porque tanto el padre como la madre están reprimidos. En el momento en que el niño, varón o hembra, toca sus genitales, los padres se sienten incómodo. Esto tiene que ser observado con detenimiento. Su comportamiento cambia de repente, el niño lo nota. Ha ocurrido algo malo. Empiezan a gritarle: “¡No te toques!”. El niño comienza a sentir entonces que pasa algo malo con los genitales, tiene que contenerse. Pero los genitales son la parte más sensible del cuerpo –la más sensible, la parte más viva del cuerpo, la más delicada. Una vez que no permites tocar y disfrutar de los genitales, has matado el propio origen de la sensibilidad. Ahora el niño se volverá insensible y, según vaya creciendo, mayor será su insensibilidad.
La sensibilidad es el sendero; la insensibilidad es el obstáculo. Si somos insensibles, no existe entonces ningún camino; estamos bloqueados. No existe un pasadizo desde nuestro más íntimo centro hacia la existencia; no tenemos ventanas. Estamos encapsulados…, cada ser humano vive en una cápsula.
La cápsula es muy sutil y transparente, por eso no la sientes, no la vez, pero con un poquito de consciencia se hace evidente que te rodea por todas partes. Es exactamente igual que si das la mano llevando unos guantes puestos, algo está ocultando tu sensibilidad. Te cubres completamente de ropa y sales al sol; los rayos no pueden penetrar tu piel.
Tienes un paraguas que te protege de la lluvia, pero también impide que la lluvia pueda alcanzarte.
A veces está bien desprenderse del paraguas y ponerse simplemente bajo la lluvia y sentirla. Desnudo en la playa, desnudo en el bosque, ¡deja sencillamente que el aire, el sol y la lluvia te toquen! Cuanto más sensible te hagas a las cosas, más cuenta te darás de que Dios está presente en todas partes. En igual proporción de sensibilidad que poseas, sentirás la presencia de Dios. Cuanta menos sensibilidad tengas, menos sentirás a Dios; si no tienes sensibilidad, no sentirás a Dios en absoluto.
Según vayas haciéndote más sensible, tu comprensión hacia las personas será como nunca antes lo fue. Solo viendo la cara de un hombre sabrás de él mucho más que él mismo. Simplemente tomando la mano de un hombre sabrás de su energía mucho más de lo que él jamás supo. En ocasiones, al estar con alguien descubrirás que absorbe tu energía y te sientes cansado –solo por estar con esa persona. Y, sin embargo, con otra persona te sientes satisfecho, te sientes más saludable, te sientes mejor.
Nuestra sensibilidad ha sido apagada. Nuestros padres y nuestros abuelos han tenido miedo, porque ser sensible es caminar por el filo de la navaja. Si eres sensible a la belleza, no puedes confinarla solo para tu esposa o para tu marido –la belleza está por todas partes. Y tus padres, los padres de todo el mundo, han tenido miedo. Tu sensibilidad tuvo que ser apagada, destruida, para que estuvieras recluido en una pequeña prisión; de otro modo hubiera sido imposible imponer la monogamia a la humanidad. Un día te encuentras con una mujer que de pronto te posee; o te encuentras con un hombre, y súbitamente te sientes rebosante: te olvidas por completo de que tienes un esposo que está esperándote. La belleza no sabe de matrimonios, de maridos, de esposas; no conoce limitaciones.
Sin embargo, la sociedad no puede vivir así, porque aún no ha madurado lo suficiente para consentir la libertad absoluta. Únicamente en libertad absoluta puede tu sensibilidad permitirse tener un crecimiento completo. Todo el mundo nace con sensibilidad, pero todo el mundo muere aletargado. De hecho, mucho antes de que un hombre muera, ya ha muerto. Las religiones han enseñado a la gente a no ser sensibles, porque no se puede confiar en la sensibilidad. Es una brisa –llega y se va por sí sola. No puedes envasarla, no puedes aprisionarla. Este es el motivo por el que la gente tiene miedo de caminar por el sendero de la belleza, temen ser guiados por la belleza en sí misma.
La sensibilidad requiere una gran inteligencia. Cuanto mayor sea tu inteligencia, más sensible serás. Los búfalos no son sensibles, tampoco lo son los asnos, para ello necesitan inteligencia. Pero ninguna religión quiere que seas sensible, todas ellas temen que te conviertas en un poder por ti mismo. Una persona sensible se transforma en un poder, en una tremenda central energética, su propia visión interna de las cosas. Tiene claridad de visión, un sentido estético de la belleza –todas las cosas son peligrosas.
La esposa no quiere que su marido sea sensible a la belleza porque eso es un peligro. Hay santísimas mujeres bellas…, es mejor que toda sensibilidad hacia la belleza esté completamente aplastada. Así el marido sigue estando siempre dominado. De la misma manera, ningún marido quiere que su mujer tenga sensibilidad hacia la belleza; porque hay tantos hombres…, y la mujer, si su corazón aún está vivo latiendo, todavía puede sentir la primavera… El peligro existe. Puede enamorarse de cualquiera, y eso está más allá de tu poder. La sensibilidad puede compartirse de mil y una maneras. La más fundamental es el afecto; no una relación de amor, sino únicamente de afecto puro, sin ninguna condición, sin pedir nada a cambio; simplemente volcando tu corazón en la gente, incluso en los extraños, porque está rebosante de sensibilidad. Actualmente los científicos dicen que puedes estrechar la mano de un árbol, y si eres amable sentirás una enorme sensibilidad en él.
Existen viejas historias, increíbles, que no pueden ser reales –pero uno nunca sabe, quizá lo sean. Se cuenta que cuando Gautama Buda pasaba bajo árboles que no tenían hojas, de repente echaban hojas para darle sombra. Cuando se sentaba bajo un árbol, de pronto miles de flores se abrían y empezaban a caer sobre él. Puede que sea únicamente simbólico, pero también existe la posibilidad de que sea real. Y cuando digo que los científicos modernos investigan sobre los árboles, eso me reafirma.
Jagdishchandra Bosé fue el primer hindú ganador del premio Nobel; demostró al mundo científico que los árboles no están muertos, y por ello fue galardonado con el premio. Pero desde Jagdishachandra Bosé han sucedido muchas cosas. Sería inmensamente feliz si pudiera venir y ver lo que los científicos han logrado.
Ahora pueden acoplar a un árbol algo parecido a un cardiograma. Un hombre, un amigo con amor en el corazón, se acerca al árbol y este empieza a danzar incluso sin nada de viento, y l cardiograma aparece muy simétrico. El gráfico en el papel se convierte en casi una belleza armoniosa.
Una vez que te vuelves sensible hacia el mundo que te rodea, puedes dirigir tu sensibilidad hacia el interior, hacia tu morada interior. Es la misma sensibilidad con que escuchas el canto del ruiseñor, sientes el calor del sol, hueles la fragancia de una flor. Es la misma sensibilidad que ahora tienes que levar hacia adentro. Con esta misma sensibilidad vas a degustar de ti mismo, olerte, verte, tocarte.
Utiliza el mundo como un aprendizaje de sensibilidad. Recuerda siempre: si puedes ser cada vez más sensible, too va a ser absolutamente correcto. No te aletargues. Deja que todos tus sentidos se agudicen, con tono nítido, vivo, lleno de energía. Y no tengas miedo a la vida. Si le tienes miedo, te volverás insensible para que nadie pueda herirte.
Estás viviendo en un mundo muy loco, patético. Si no te alejas de la psicología de las masas y manifiestas tu auténtica realidad, te ahogarás en la confusión de todo el mundo.
La sensibilidad te ayudará enormemente a ser sensato, a ser sensible. Y si sigues la dirección correcta se convertirá en tu meditación, y finalmente en tu experiencia mística de la iluminación.
Déjame narrarte una historia: Buda estaba hospedado en un pueblo. Una mujer se le acercó llorando, gimiendo y gritando. Su niño, su único hijo, se había muerto súbitamente. Puesto que Buda se encontraba en el pueblo, la gente tiene una compasión infinita. Si él lo desea, puede reanimar al niño. Así pues, no llores, ve a ver a ese Buda”. La mujer fue con el niño muerto, llorando y sollozando. Los discípulos de Buda también estaban afectados y comenzaron a rogar mentalmente para que Buda tuviera compasión. Debía bendecir al niño para que se reanimara, que resucitara.
Muchos de los discípulos de Buda empezaron a llorar. La escena era muy conmovedora, profundamente emotiva. Todos estaban quietos. Buda permaneció en silencio. Miró al niño muerto y después a la desconsolada madre, y le dijo: “No llores, solo tienes que hacer una cosa y el niño volverá a estar vivo otra vez. Déjalo aquí y regresa a la ciudad, llama a todas las casas y pregunta a cada familia si nunca ha muerto algún familiar en su casa. Y si encuentras una casa donde nunca haya muerto nadie, pídeles algo de comer, algo de pan, algo de arroz o cualquier otra cosa –pero que sea de una casa donde nunca haya muerto nadie. Y ese pan o arroz reanimará inmediatamente al niño. Ve. No pierdas tiempo”.
La mujer se puso muy contenta. Tuvo la sensación de que el milagro iba a suceder. Tocó los pies de Buda y corrió hasta el pueblo que no era muy grande, solo unas cuantas casas, unas pocas familias. Fue preguntando de casa en casa, pero todas las familias le dijeron: “Eso es imposible. No hay ni una sola casa –no solamente en este pueblo, sino en toda la faz de la tierra-, no existe ni una casa donde nunca haya muerto nadie, donde no hayan sufrido la muerte, la desgracia, la pena y la angustia que de ello se desprende”.
Poco a poco la mujer se dio cuenta de que Buda le estaba gastando una broma. Era imposible, pero todavía existía la esperanza. Siguió preguntando hasta haber recorrido todo el pueblo. Se le secaron las lágrimas, se le apagó la esperanza, pero de pronto sintió una nueva tranquilidad, una serenidad que la envolvía. Se dio cuenta de que todo lo que nace tiene que morir. Sólo es una cuestión de años. Algunos morirán antes y otros después, pero la muerte es inevitable.
Regresó y una vez más tocó los pies de Buda, diciendo: “Como todos dicen, realmente tienes una gran compasión hacia las personas”. Nadie podía comprender lo que había sucedido. Buda la inició en sannyas, se convirtió en discípulo.
Ananda, discípulo de Buda, le preguntó: “Podrías haber reanimado al niño… Era tan bonito y su madre estaba tan angustiada…”. Pero Buda respondió: “Aunque lo hubiera resucitado, tendría que morir. La muerte es inevitable”. Ananda replicó: “No pareces ser muy sensible con la gente, con su desgracia y angustia”. Buda contestó: “Yo soy sensible, pero tú eres sentimental. Solo porque llores, ¿crees que eres sensible? Eres infantil. No comprendes la vida. No te percatas de fenómeno”.
Podemos concebir que Buda fuese más sensible que sus discípulos que estaban llorando. Ellos eran sentimentales. No confundas tu sentimentalismo con la sensibilidad. El sentimentalismo es ordinario; la sensibilidad es extraordinaria. Sucede a través del esfuerzo; es un logro, tienes que ganártelo. El sentimentalismo no tiene que ser ganado; naces con él. Es una herencia animal que ya posees en las células de tu cuerpo y de tu mente. La sensibilidad es una posibilidad; todavía no la tienes. Puedes crearla, puedes trabajártela –entonces te sucederá.

AFECTO
El más profundo amor del corazón es exactamente igual que la brisa que entra en tu habitación, te trae su frescor, su lozanía y después se marcha. O puedes sujetar el viento en un puño. Muy poca gente tiene el coraje de vivir una vida que cambia momento a momento. De ahí que hayan decidido sucumbir a un amor del cual puedan depender. No sé qué tipo de amor conoces –lo más probable es que sea del primer tipo, quizá del segundo. Puede surgir una nueva clase de amor que quizá solamente nace en una persona entre millones. Este amor solamente puede ser denominado afecto. El primer tipo de amor debería llamarse sexo. El segundo amor. El tercero debería denominarse afecto –una cualidad, no dirigida hacia nadie. Esa cualidad amorosa es una revolución tan radical que es muy difícil de concebir incluso.
Todos los seres humanos son merecedores de ser amados. No hay ninguna necesidad de ligarse a una persona para toda la vida. Esta es una de las razones por la que todas las personas del mundo tienen un aspecto tan aburrido. Haz que el amor sea libre en las personas, haz que no sean posesivas. Pero esto solamente puede ocurrir si meditando descubres tu ser. No es algo que practicar. No te estoy diciendo: “Esta noche sal con otra mujer solamente para practicar”. No vas a obtener nada y puede que pierdas a tu esposa. Y por la mañana parecerás un estúpido. No es cuestión de practicar, se trata de descubrir tu ser. Con el descubrimiento del ser a continuación sigue la cualidad del afecto impersonal. Entonces sencillamente amas y tu amor sigue extendiéndose. Primero hacia los seres humanos, inmediatamente después hacia los animales, los pájaros, los árboles, las montañas, las estrellas. Llega un día en el que toda esta existencia es tu amada. Ese es nuestro potencial. Y todo aquel que no lo logre está malgastando su vida. Si, tendrás que perder algunas cosas, pero no merecen la pena. Ganarás tanto que nunca volverás a pensar en lo que perdiste. Un afecto impersonal puro que puede penetrar en el ser de cualquiera –este es el resultado de la meditación, del silencio, de sumergirte en la profundidad de tu propio ser.
Tú eres responsable de todo, de toda danza que tiene lugar. Cuando te relajas y te dejas ir, eso es también responsabilidad tuya. Cuando no te relajas y no te permites entrar en ese estado de inacción, eso también es responsabilidad tuya. No son dos cosas distintas; solamente hay una cosa, tu responsabilidad.
Los siguientes son simbólicos. El afecto, la amistad, la compasión, la inteligencia, la claridad de visión –todo ello simboliza que estás en la dimensión correcta.
La única esperanza para la humanidad está en la cualidad de la feminidad –la única esperanza. La esperanza no está en Friedrich Nietzsche, Adolf Hitler, Benito Mussolini: la esperanza está en Buda, Chaitanya, Meera –en un tipo de gente totalmente distinto. Y tanto hombres como mujeres tenemos que volver hacia una clase de afecto femenino.

Mi camino ha sido descrito como el del corazón, pero no es verdad. El corazón te dará todo tipo de imaginaciones, alucinaciones, ilusiones, sueños dulces –pero no puede darte la verdad. La verdad está detrás de ambos, cabeza y corazón; está en tu consciencia, que no es ni la cabeza ni el corazón. Precisamente porque la consciencia está separada de ambos, puede utilizarlos a dos en armonía. La cabeza es peligrosa en determinados campos, porque tiene ojos pero no tiene piernas –está lisiada. El corazón puede funcionar en ciertas dimensiones. No tiene ojos, pero tiene piernas; es ciego, pero puede moverse mucho, a gran velocidad –desde luego sin saber hacia dónde va. No es solo una coincidencia que en todos los idiomas del mundo se dice que el amor es ciego. No es que el amor sea ciego, es que el corazón no tiene ojos. Y según tu meditación vaya haciéndose más profunda, según tu identificación con la cabeza y el corazón empiece a decaer, descubrirás que te transformas en un triángulo. Y tu realidad está en tu tercera fuerza interior: la consciencia. La consciencia puede manejarlos con mucha facilidad porque tanto el corazón como la cabeza le pertenecen.
El amor también sabe rugir como un león.
El amor no es solo dulce poesía.
Si el amor fuera únicamente dulce poesía, no podría existir en este mundo loco. Tiene que ser lo suficientemente fuerte –más que el odio, más fuerte que la ira-, tiene que ser el rugido de un león.

RECEPTIVIDAD
El inicio de toda creación es el macho, pero él no puede aportar un útero. Y por el mero hecho de iniciarla, la vida no nace; la vida solamente nace cuando encuentra la protección del útero. Las hormonas, la sangre y todo lo demás viene del cuerpo de la mujer. Esto no nos sucede a nosotros. La protección, el desarrollo, la seguridad todo ello es parte de la consciencia femenina. El inicio, el comienzo, es parte de la consciencia masculina, pero el hombre se aburre inmediatamente después y comienza otra cosa.
Escuchar es uno de los secretos para entrar en el templo de Dios. Escuchar significa pasividad. Escuchar significa olvidarte completamente de ti mismo –solo entonces puedes escuchar. Cuando escuchas atentamente a alguien te olvidas de ti mismo. Si no puedes olvidarte de ti, nunca escuchas. Si tienes demasiada conciencia de ti mismo, sencillamente finges que estás escuchando –no escuchas. Puede que afirmes con la cabeza; puede que a veces digas sí o no –pero no estás escuchando.
Cuando escuchas, te conviertes en un pasadizo, en pasividad, receptividad, un útero: te vuelves femenino. Y para llegar uno tiene que ser femenino. No podéis alcanzar a Dios siendo invasores agresivos, conquistadores solamente puedes alcanzar a Dios… o mejor dicho: Dios puede alcanzarte únicamente cuando eres receptivo, una receptividad femenina. Cuando te vuelves yin, receptivo, la puerta está abierta. Y esperas.
Escuchar es el arte de llegar a ser pasivo. Buda y Mahavir han enfatizado mucho en escuchar, Krishnamurti hace mucho hincapié en escuchar correctamente.
Tus oídos no son más que pasajes; solo agujeros –nada mas. Los oídos son más femeninos que los ojos; los ojos son más masculinos. Los oídos son una parte más yin; los ojos son más yang. Cuando miras a alguien, eres agresivo. Cuando escuchas a alguien, eres receptivo.
Esta es la razón por la que mirar a alguien durante demasiado tiempo es vulgar, descortés, mal educado. Existe un cierto límite; los psicólogos dicen que tres segundos. Si miras a una persona durante tres segundos es correcto; se puede tolerar. Más de eso, ya no estás mirando entonces –estás escudriñando; estás ofendiendo a la persona; estás invadiendo.
Pero escuchar a una persona no tiene límite, porque los oídos no pueden invadir. Sencillamente se quedan donde están. Los ojos necesitan descansar. ¿Te has dado cuenta por la noche? -los ojos necesitan descansar, los oídos no. Están abiertos las veinticuatro horas –a lo largo de todo el año. Los ojos no pueden permanecer abiertos ni siquiera minutos –un parpadeo continuo, un cansancio continuo. La agresión cansa por que te extrae la energía; por eso los ojos tienen que parpadear continuamente para descansar. Es un reposo continuo. Los oídos siempre están descansados.
Por ello, muchas religiones han utilizado la música como un acercamiento a la oración –porque la música hace que los oídos sean más vibrantes, más sensibles. Uno tiene que ser más oídos y menos ojos.
La receptividad es un estado de no-mente. Cuando estás completamente vacío de todo pensamiento, cuando la consciencia carece de contenido, cuando el espejo no refleja nada, esto es receptividad. La receptividad es la puerta hacia lo divino. Abandona la mente y sé.
Cuando estás en la mente, estás a kilómetros de distancia del ser. Cuanto más pienses, menos eres. Cuanto menos pienses, más eres. Y si no piensas en absoluto, esos son los momentos en los que el ser se reafirma a sí mismo en su totalidad.

Receptividad sencillamente significa abandonar la basura que sigues cargando en la cabeza.
Y tienes mucha basura, completamente inútil. La mente significa el pasado, y el pasado ya no sirve para nada; ya ha sucedido y nunca más va a suceder otra vez, porque en la realidad nada se repite jamás.
Incluso cuando piensas, sientes, que es la misma situación, nunca lo es. Cada mañana es un nuevo día, y cada mañana el sol que encuentras es un nuevo sol. No estoy hablando del sol material. Estoy refiriéndome a la belleza, la bendición, la dicha que brida cada día –todo ello es totalmente nuevo.
Si sigues arrastrando imágenes del pasado, nunca podrás ver lo nuevo. Tus ojos estarán tapados por tus experiencias, tus expectativas, y esos ojos no podrán ver aquello que te confronta.
Así es como vamos perdiéndonos la vida: el pasado se convierte en una barrera que te encierra, te atrapa dentro de algo que ya no existe. Te quedas encapsulado en lo muerto. Y cuanta más experiencia acumules, cuanto más vayas creciendo, más y más grueso será el caparazón de la experiencia muerta que te rodea. Estarás cada vez más cerrado. Paulatinamente todas las puertas y ventanas se cierran. Entonces existes, pero existes alineado, desarraigado. En tal caso no estás en comunión con la vida. No estás en comunión con los árboles, las estrellas y las montañas. No puedes estar en comunión porque la gran Muralla China de tu pasado te rodea.
Cuando digo que te vuelvas receptivo, me refiero a que vuelvas a ser un niño otra vez.
Recuerda lo que Jesús repetidamente dice a sus discípulos: Salvo que seáis como niños pequeños nunca podréis entrar en mi reino de Dios. Eso que les está diciendo es exactamente el significado de receptividad. El niño es receptivo porque no sabe nada, y al no saber nada, es receptivo el anciano no es receptivo porque sabe demasiado, y sabiendo demasiado, está cerrado. Tiene que volver a nacer, tiene que morir al pasado y volverse un niño otra vez –desde luego no en el cuerpo, sino que la consciencia debería ser siempre como la de un niño. No infantil, recuerda, sino como un niño –adulto, maduro, pero inocente.
¿Puedes oír la llamada lejana del cuco? ¿Oyes el gorjeo de los pájaros? Esto es receptividad. Es un estado existencial de silencio, absoluto silencio; ningún movimiento, ni un murmullo, y sin embargo no estás dormido; estás alerta, absolutamente atento. Cuando el silencio y la atención se encuentran, se mezclan y se vuelven uno, entonces hay receptividad. La receptividad es la cualidad religiosa más importante.
Vuélvete un niño. Comienza a funcionar desde el estado de no-saber y por sí solo el silencio te llegará, y una gran atención consciente. Entonces la vida es una bendición.

CONFIANZA
Una vez que sabes, ¿qué sentido tiene creer? La creencia está en la ignorancia. Si sabes, sabes. Y es bueno que si no sabes, sepas que no sabes –la creencia puede defraudarte. La creencia puede crear un ambiente en tu mente en el que, sin saber, empiezas a creer que sabes. La creencia no es confianza, y cuanto más vigorosamente digas que crees completamente, más miedo tienes a la duda que llevas dentro.
La confianza no sabe de dudas. La creencia no es más que reprimir la duda; es un deseo. Uno no se siente solo; no se siente desprotegido, inseguro –de ahí viene la creencia.
La confianza es sencilla. Es como un niño que confía en su madre. No se trata de creer –la creencia aún no se ha introducido en él. Una vez fuiste un niño pequeño, ¿creías en tu madre o confiabas en ella? La duda aún no ha surgido, por tanto, ¿qué sentido tiene creer? La creencia llega solamente cuando se introduce la duda; primero viene la duda. Más tarde, para reprimir la duda, te aferras a una creencia. Confianza es cuando la duda se desvanece; confianza es cuando la duda no existe.
Por ejemplo, respiras. Tomas una respiración hacia dentro; después exhalas, sueltas el aire. ¿Tienes miedo de soltar el aire porque, quién sabe, tal vez no vuelva? Confías. Confías que volverá. Desde luego que no hay motivo para confiar. ¿Por qué razón? ¿Por qué debería volver el aire? A lo sumo puedes decir que en el pasado siempre ha sucedido así –pero eso no es una garantía. Puede que no ocurra en el futuro. Si tienes miedo de soltar el aire porque puede que no vuelva, entonces contendrás la respiración dentro. En eso consiste la creencia –en colgarse, en aferrarse. Pero si contienes la respiración, tu cara se pondrá morada y sentirás que te asfixias. Y si sigues haciéndolo, morirás.
Todas las creencias asfixian y ninguna te ayuda a estar realmente vivo.
Si exhalas confías en la vida. La palabra budista “nirvana” sencillamente significa exhalar, respirar hacia fuera –confiar. La confianza es un fenómeno muy, muy inocente. La creencia pertenece a la cabeza; la confianza al corazón. Uno simplemente confía en la vida porque procede de ella, vive en ella, y regresa de nuevo al origen. No existe el miedo. Naces, vives y morirás; no hay miedo. Otra vez volverás a nacer, volverás a vivir y morirás. La misma vida que te ha proporcionado la vida siempre puede darte más vida, por tanto, ¿por qué tener miedo? ¿Por qué aferrarse a las creencias? Las creencias son producto del hombre; la confianza es producto de Dios. Las creencias son filosóficas; la confianza simplemente demuestra que sabes en qué cosiste el amor. No es un concepto de Dios sentado en algún lugar del cielo manipulando y dirigiendo. La confianza no necesita de ningún Dios, la vida infinita, esta totalidad, es más que suficiente. Una vez que confías, te relajas.
Aferrarse algo, cualquier cosa que sea, demuestra desconfianza. Si amas a una mujer o a un hombre, y te enganchas, únicamente demuestra que no confías. Si amas a una mujer y le preguntas: “¿Me amarás también mañana o no”?. No confías. Confías más en el juzgado para casarte, no confías. Confías más en el juzgado, en la policía, en la ley, que en el amor. Te estás preparando para el mañana. Si esta mujer o este hombre intenta engañarte mañana o te deja en la estacada. Puedes obtener ayuda del juzgado y de la policía, la ley estará contigo y toda la sociedad te apoyará. Estás tomando tus medidas, por miedo. Pero si realmente amas, con el amor es suficiente, más que suficiente. ¿A quién le importa el mañana?
La confianza te abre los ojos; no tiene nada que perder. Confianza significa que todo lo que es real, es real –“puedo dejar a un lado mis deseos y esperanzas, no afectan a la realidad. Lo único que pueden es distraer mi mente de la realidad.
Es más fácil tener conocimientos, es muy barato, no cuesta nada; es muy difícil, arduo, alcanzar el saber. Por eso son tan pocas, muy raras las personas que intentan meditar; muy raras las personas que tratan de orar, muy raras las personas que jamás hacen algún esfuerzo por saber lo que la verdad es. Y todo aquello que no hayas aprendido por ti mismo no tiene sentido. Nunca podrás estar seguro de ello. La duda nunca desaparece; la duda permanece por debajo como un gusano, saboteando tu conocimiento. Puedes gritar muy alto que crees en Dios, pero tus gritos no demuestran nada. Tus gritos solamente prueban una cosa: que existe la duda. Solamente la duda grita muy fuerte. Puedes convertirte en un creyente fanático pero tu fanatismo únicamente demuestra una cosa: que la duda existe.
Cuando un niño empieza a andar por primera vez, existe en él una tremenda confianza de que será capaz de hacerlo. Nadie le ha enseñado. Solo ha visto andar a otras personas, eso es todo. Pero ¿cómo puede llegar a la conclusión de que: “Seré capaz de andar”? Es tan pequeño. Las personas son tan grandes, gigantes comparadas con él, y sabe que siempre que se pone en pie se cae –pero aun así lo intenta. La confianza se lleva incorporada. Está en cada célula de tu vida. Lo intenta, caerá muchas veces; lo volverá a intentar una y otra vez. Y un día, la confianza vence y comienza a caminar.
La sociedad, la civilización, la cultura, la iglesia, todos ellos fuerzan al niño a ser más lógico. Intentan que enfoque sus energías hacia la cabeza, se hace muy difícil descender al corazón. De hecho, todos los niños nacen con una gran energía de amor. El niño nace de la energía de amor. El niño está lleno de amor, de confianza. ¿Has mirado a los ojos de un niño pequeño? -cuánta confianza. El niño puede confiar en todo: puede jugar con una serpiente, puede irse con cualquiera. Puede moverse tan cerca del fuego que puede llegar a ser peligroso –porque aún no ha aprendido cómo dudar. Así pues, le enseñamos la duda, el escepticismo, la lógica. Parecen ser medidas para sobrevivir. Le enseñamos el miedo, la precaución, la prudencia, y todo ello junto mata la posibilidad del amor.
Poco a poco la gente aprende a no confiar, a convertirse en escépticos crónicos. Pero sucede tan lentamente, en dosis tan pequeñas, que nunca te das cuenta de lo que está pasándote. Para cuando ha ocurrido, ya es demasiado tarde. A esto la gente lo llama experiencia. Dicen que una persona tiene experiencia cuando ha perdido contacto con su corazón: dicen que uno es muy experto, muy listo, muy astuto; nadie puede engañarlo. Tal vez nadie pueda decepcionarlo, pero se ha engañado a sí mismo. Ha perdido todo lo que era valioso; lo ha perdido todo.
Sabemos cómo hacer las cosas; ese es el modo masculino, positivo, agresivo.
Existe otro planteamiento, más sutil, más grácil, más femenino: mantenerse en un estado de entrega, de rendición, y permitir que la existencia fluya a través de ti. Esto es hacer mediante el no-hacer. En un sentido es negativo, porque no estás haciendo nada. Sentado en silencio, sin hacer nada, la primavera llega y la hierba crecer por sí sola. Este es el secreto de la auténtica meditación: sentado en silencio, no hagas nada. Espera…, espera pacientemente. Espera en la profunda confianza de que la existencia cuida de ti, que cuando estés preparado y maduro, serás colmado de amor, que el amor te desbordará. La primavera llega…, eso significa que cada cosa tiene su época. No puedes obtenerlo antes de que llegue su tiempo, tienes que alcanzar una cierta madurez.

PACIENCIA
En el útero de la madre el óvulo femenino simplemente espera. No va a ninguna parte. El esperma masculino viaja y lo hace a gran velocidad. El esperma tiene que recorrer una distancia realmente tremenda hasta llegar al óvulo de la mujer; comienza la gran competición. Los hombres son competitivos desde el propio comienzo, incluso antes de nacer. Mientras hace el amor con una mujer, el hombre libera millones de espermatozoides y todos se precipitan hacia el óvulo. Es necesaria una gran velocidad porque solo uno podrá alcanzar el óvulo, no todos. Solo uno será el ganador del premio Nobel. ¡Las auténticas olimpiadas empiezan allí! Y es un asunto de vida o muerte –millones de espermatozoides luchando, precipitándose-, uno lo conseguirá. En ocasiones sucede que dos legan al mismo tiempo, entonces nacen gemelos. Porque cuando un espermatozoide se introduce, la puerta se cierra. A veces dos o tres espermatozoides llegan exactamente al mismo tiempo; la puerta estaba abierta, así pues los tres entran. Entonces nacen tres, dos, cuatro o incluso seis niños. Pero esto rara vez sucede. Generalmente uno llega una fracción de segundo antes que los demás. La puerta está abierta; una vez que un huésped ha entrado, se cierra. Pero el óvulo femenino simplemente espera allí…, con gran confianza.
Por eso las mujeres no pueden ser competitivas: no pueden luchar, no pueden combatir. Y si en algún lugar encuentras una mujer que combate y pelea, que es competitiva, entonces es que carece de algo de su condición de mujer. Puede que físicamente sea una mujer, pero psicológicamente es un hombre.
Por lo tanto, recuerda, la pasividad no es pereza. La pasividad tiene su propio tipo de actividad. No es tensa, es relajada.
Dos tortugas iban muy sedientas arrastrándose por el desierto. Al cabo de un tiempo descubrieron una botella grande de Coca-Cola (debían de ser norteamericanas). Saltaron de alegría, pero enseguida se dieron cuenta de que no tenían un abridor. Lo intentaron con todas sus fuerzas, pero no había manera de abrir la botella, así que decidieron que una volvería al pueblo y la otra vigilaría la botella. Pasó mucho tiempo –cinco horas, diez horas, un día, dos días, cinco días, siete días. Entonces la tortuga que vigilaba volvió a intentar abrir la botella. Inmediatamente la otra tortuga salió corriendo de entre las dunas cercanas gritando: “Si empiezas así, nunca me iré”.
Las mujeres pueden esperar, y pueden hacerlo infinitamente, su paciencia es infinita. Tiene que ser así, porque tienen que portar al bebé durante nueve meses. Cada día se hace más, más y más pesado, más y más difícil. Tienes que ser paciente y esperar, no se puede hacer nada al respecto. Tienes que amar incluso a tu carga, esperar y soñar que el niño nacerá. Y fíjate en una madre, una mujer que pronto vaya a ser madre: se vuelve más hermosa porque cuando espera florece. Alcanza un tipo de gracia distinto, cuando va a ser madre está rodeada por un aura, porque ahora está en su punto álgido –la función básica que la naturaleza ha inventado para ser realizada por su cuerpo. Ahora está floreciendo, pronto retoñará.

REVERENCIA HACIA LA VIDA
Hay muchas personas que se dan cuenta de que están vivas solo cuando mueren. Cuando estaban vivas estaban tan ocupadas en tantas cosas que se olvidaron de la vida por completo. Se acordaron de ella solo cuando supieron que únicamente les quedaban unas cuantas respiraciones –el corazón se está hundiendo, solo quedan unos cuantos latidos más-, es en ese momento cuando comprenden: “Qué estúpido he sido. Toda la vida sencillamente ha pasado por mi lado. No he bebido de su vino, no he comido sus frutos, ni siquiera estoy familiarizado con su fragancia. ¿Cómo ha sido? Y ahora es demasiado tarde”.
¿Alguna vez le has dedicado un solo pensamiento? -que la misma idea de Dios como persona es una estupidez. En ninguna parte existe ningún Dios como persona, y todos esos templos, todas esas mezquitas, sinagogas e iglesias están vacías. Fabricadas por hábiles sacerdotes; no tienen nada que ver con la religión.
Jalil Gibran está en lo cierto cuando dice que tu vida cotidiana es tu templo. Aceptar este simple hecho –que tu vida diaria es tu templo y tu religión-, solamente comprender este simple hecho, va a ser una gran transformación. Entonces no puedes hacer muchas de las cosas que siempre has estado haciendo, porque –la tierra sagrada- está en todas partes y estás tratando con Dios en cada momento.
No puedes engañar a tus clientes; no puedes ser posesivo con tus hijos, porque están más cerca de Dios que tú. Su inocencia es un puente, tu conocimiento es un muro, una muralla china; solamente puedes ser respetuoso con los niños. No puedes actuar de la vieja manera porque siempre estás actuando dentro del templo, y cada uno de tus actos es una oración. En cada momento estás rodeado por Dios. Sentirás su presencia incluso en tu esposa, en tu marido, en tu amigo, en tu enemigo, porque excepto Él, nadie más existe.
Hacer de toda la vida un templo, y de toda la vida una religión, es el único camino del auténtico buscador.
Él no va a mirar en los libros sagrados. Los libros son libros; ningún libro es sagrado ni tampoco profano. Léelos si disfrutas con la poesía; léelos si te gusta la prosa; léelos si te agradan sus mitologías –pero recuerda, ningún libro puede darte el sabor de la religión.
Sí, es posible que una flor pueda dártelo; un pájaro en vuelo; un árbol que se eleva en las alturas danzando al sol. Toda la existencia se convierte en tu libro sagrado: léelo, escúchalo, y poco a poco e darás cuenta de que estás rodeado por una energía de la que eras totalmente inconsciente.
Es casi como el pez que no sabe nada sobre el océano, porque nace en él. Era parte del océano, exactamente como una ola; no sabe nada del océano. El pez solo llega a conocer el océano cuando el pescador lo saca de él y lo tira en la arena caliente de la playa. Entonces sabe que ha perdido su auténtica casa a la que nunca había prestado atención. Ahora está sediento, intentando por todos los medios posibles volver atrás y saltar al océano. Fuera de él ha tomado consciencia de lo que ha perdido.
La gente solo presta atención a lo que pierde en el momento de la muerte, porque la muerte llega como el pescador, sacándole del océano de la vida. Según eres sacado de la vida, de pronto comprendes: “¡Dios mío! He estado vivo y nunca me había dado cuenta de ello. Podría haber bailado, podría haber amado, podría haber cantado, pero ahora es demasiado tarde”. La gente solamente lo aprecia en el momento en que están muriendo, que han estado continuamente rodeados por la energía eterna de la vida, pero que nunca han participado en ella. Tu vida cotidiana es tu templo y tu religión. Actúa con atención, actúa conscientemente, y muchas cosas empezarán a cambiar naturalmente.
Yo no tengo ninguna filosofía de no-violencia, pero sí un modo de vida que puedes llamar “reverencia hacia la vida”. Lo cual es una perspectiva totalmente distinta.
La no-violencia sencillamente dice no matar a otros. ¿Crees que eso es suficiente? Solo es una enunciación negativa: no matar a otros, no dañar a otros. ¿Es eso suficiente?
La reverencia hacia la vida dice compartir, ofrece tu alegría, tu amor, tu paz, tu dicha.
Lo que quiera que puedas compartir, compártelo.
Si eres reverente hacia la vida, se convierte en un culto.
Entonces sientes que Dos está vivo en todas partes.
Observar un árbol se convierte en culto. Dar de comer a un invitado se vuelve un culto.
Y no estás complaciendo a nadie, no estás haciendo un servicio; simplemente estás disfrutando.
Todo niño nace bello, pero según va creciendo comienza a aprender formas de cómo ser feo, cómo ser competitivo, celoso, violento, destructivo, agresivo. Poco a poco pierde todo contacto con la vida porque ha perdido su reverencia hacia ella.
Si me preguntas, diré que la religión es reverencia hacia la vida. Y si no tienes reverencia hacia la vida, no puedes concebir nada de la existencia –los árboles, los pájaros y los animales- como distintas expresiones de la misma energía. En el origen somos hermanos y hermanas de los animales, de los pájaros y de los árboles; y si empiezas a sentir esta hermandad, descubrirás el primer sabor de lo que la religión es. Ningún hombre es una isla, todos somos parte de un vasto continente. Existe variedad, pero eso no nos hace separados. La variedad hace más rica la vida –parte de nosotros está en los Himalayas, parte de nosotros en las estrellas, parte de nosotros en las rosas. Una parte de nosotros en el pájaro en vuelo, una parte de nosotros en el verde de los árboles. Nos extendemos por todas partes. Experimentarlo como una realidad transformará todo tu planteamiento sobre la vida, transformará cada uno de tus actos, tu propio ser. Estarás lleno de amor; lleno de reverencia hacia la vida. Por primera vez, según mi opinión, serás verdaderamente religioso –no un cristiano, no un hindú, no un musulmán, sino verdaderamente, puramente religioso.
La palabra religión es hermosa. Viene de una raíz que significa unir a aquellos que por ignorancia se han separado; juntarlos, despertarlos para que puedan ver que no están separados.
Entonces no puedes herir ni siquiera a un árbol. Tu compasión y tu amor serán exactamente espontáneos –no cultivados, no parte de una disciplina. Si el amor es una disciplina, es falso, si la no-violencia es cultivada, es falsa. Si la compasión es alimentada, es falsa. Pero si llegan espontáneamente sin ningún esfuerzo por tu parte, entonces tienen una realidad tan profunda, tan exquisita…
En nombre de la religión se han cometido muchos crímenes en el pasado. Muchas más personas han sido asesinadas por la gente religiosa que por nadie más. Ciertamente todas esas religiones han sido falsificaciones, seudo. La auténtica religión tiene que nacer.
¿Nunca has experimentado un momento de amor, de oración, de beatitud? Jamás me he cruzado con un ser humano que sea tan pobre. ¿Nunca has escuchado el silencio de la noche? ¿Nunca te has estremecido con él? ¿Nunca has visto salir el sol en el horizonte? ¿Nunca has sentido algo así como una profunda interrelación con la salida del sol? ¿Nunca has sentido más vida dentro de ti, derramándose a raudales por todas partes? Quizá por un momento… ¿Nunca has tomado la mano de un ser humano y algo ha empezado a fluir de ti hacia él y de él hacia ti? ¿Nunca has experimentado cuando dos espacios humanos se superponen y fluyen el uno en el otro? ¿Nunca has visto una rosa y olido su fragancia?, ¿y de repente eres transportado a otro mundo? Estos son momentos de oración.
Y cuando desde el mismísimo principio cada niño es educado con reverencia hacia la vida –reverencia hacia los árboles porque están vivos, reverencia hacia los animales, hacia los pájaros, ¿crees que semejante niño pueda ser un día un asesino? Será casi inconcebible.
Y si la vida es alegre, llena de canciones y danzas, ¿crees que alguien deseará suicidarse? El noventa por ciento de los crímenes desaparecerán automáticamente; solo el diez por ciento puede que permanezcan, los que son genéticos, los que necesitan hospitalización –pero no cárceles, prisiones, no personas para ser sentenciadas a muerte. Eso es todo tan feo, tan inhumano, tan demencial.
Reverencia hacia la vida no significa únicamente reverencia hacia la vida de los demás.
También incluye, además, reverencia hacia tu propia vida.
La vida debería alcanzar profundidad, y la reverencia hacia la vida debería ser la única religión en el mundo.
No existe división entonces y el hombre puede ser sanado.
Es un gran reto para la humanidad futura.
Por eso sigo insistiendo en que deberíamos cortar con el pasado –estaba totalmente enfermo. El hombre ha vivido una vida muy enferma porque ha creado una filosofía muy enferma, y la ha seguido muy en serio. Deberíamos romper con esa enfermedad, por muy respetable y antigua que sea, y redescubrir la totalidad del hombre. Y eso solamente puede hacerse cuando nos sumemos a la alegría con reverencia, cuando la festividad se convierta en una profunda reverencia; y cuando la reverencia no te conduzca hacia la muerte, hacia la renuncia, sino hacia el regocijo, la danza, la celebración.

GRATITUD
La auténtica gratitud nunca puede encontrar palabras para expresarse a sí misma.
La gratitud que encuentra palabras para expresarse es solo una formalidad –porque todo aquello que es sentido con el corazón, inmediatamente va más allá de las palabras, de los conceptos, del lenguaje. Puedes vivirlo, puede brillar en tus ojos, puede emanar como una fragancia por todo tu ser. Puede ser la música de tu silencio, pero no puedes expresarlo. En el momento en que lo pronuncies, algo esencial muere inmediatamente,
Las palabras solamente pueden transportar cadáveres, no experiencias vivas.
La gratitud no tiene un objetivo externo ni tampoco interno. La gratitud es casi como la fragancia que desprende una flor. Es una experiencia que no está dirigida a nadie.
Cuando legas hasta el mismo origen de tu ser donde te sientes completamente como en primavera y las flores llueven sobre ti, de pronto sientes una gratitud que no está dirigida a nadie, exactamente como una fragancia que sale de ti, justo como el incienso desprendido nubes de humo y fragancia hacia un cielo desconocido y desapareciendo después.
Para mí, la gratitud es la mayor experiencia que puedes tener –no hacia Dios, no hacia nadie en particular…, simple gratitud hacia toda esta existencia. Estos pájaros, estos bellos árboles, toda esta existencia es tan hermosa que no sentir gratitud hacia ella es permanecer ciego, ignorante, inconsciente.
Este universo es tu hogar. Procedes de este universo y regresas de vuelta a él. La plegaria carece de sentido. Únicamente la gratitud…, ni siquiera tienes que emplear la palabra, simplemente el sentimiento de gratitud. Pero el sentimiento de gratitud solamente surgirá cuando hayas experimentado los misterios, el esplendor, el jardín completo de flores que te es dado. Y tú no lo has pedido; de ningún modo lo mereces, no te lo has ganado. Es un puro regalo de la abundancia de la existencia en sí.
La existencia es abundante, tan cargada de esplendor que quiere compartirlo.
No puede compartirlo a menos que estés centrado en tu ser. Solamente puede compartir sus secretos con un Buda. Y tú tienes todas las oportunidades para llegar a ser un Buda.

¿QUÉ ES LA MEDITACIÓN?
La meditación es LÚDICA
La meditación no es algo propio de la mente, sino algo que está más allá de ella. Y el primer paso es asumir una actitud lúdica frente a la medita­ción. Si tomas la meditación como al­go divertido, la mente no podrá des­truir tu meditación. Si no lo haces, la transformará en otro viaje del yo y te tornará muy serio. Comenzarás a pen­sar: "Soy un gran meditador. Soy más sagrado que el resto de la gente, mientras que todo el mundo es terre­nal, soy religioso, soy virtuoso." Es esto lo que les ha sucedido a miles de así llamados santos, moralistas, puri­tanos: solamente están jugando jue­gos del yo, sutiles juegos del yo.
Por eso quiero cortar esto de raíz desde el principio. Enfrenta la medi­tación con una actitud lúdica. Es una canción para ser cantada, una danza para ser danzada. Tómala como diver­sión y te sorprenderás: si puedes asu­mir en forma lúdica la meditación, és­ta se desarrollará a pasos agigantados.
Pero tú no estás anhelando logro alguno. Simplemente, estás disfrutan­do de sentarte en silencio, gozando el mero acto de sentarte en silencio. No se trata de que estés a la espera de al­gún poder de yogui, siddhis,* mila­gros. Todo eso no tiene sentido: es la misma tontería de antes, el mismo viejo truco, pero con nuevas palabras, en un nuevo plano... La vida como tal debe ser entendida como un chiste del cosmos. Entonces, de repente, te rela­jarás porque no hay nada por lo que tensionarse. Y, en esa misma relaja­ción, algo empieza a cambiar en ti: hay un cambio radical, una transfor­mación. Y las pequeñas cosas de la vi­da comienzan a cobrar un nuevo sen­tido, una nueva significación. Enton­ces, nada es pequeño, todo empieza a tomar un nuevo sabor, una nueva at­mósfera. Uno empieza a sentir una es­pecie de santidad por todas partes. Uno no se transforma en cristiano, no se transforma en hindú, no se trans­forma en mahometano. Uno simple­mente se vuelve un amante de la vida. Uno aprende una sola cosa: cómo go­zar de la vida. Pero gozar de la vida es el camino hacia Dios. ¡Danza tu camino hacia Dios, ríe tu camino hacia Dios, canta tu camino hacia Dios!

La meditación es CREATIVA
Hasta ahora, has vivido de determi­nada manera. ¿No te gustaría vivir de otro modo? Hasta ahora, has pensado en cierta forma. ¿No te gustaría algu­na nueva vislumbre en tu ser? Enton­ces, mantente alerta y no escuches a la mente. La mente representa al pa­sado que permanentemente intenta controlar tu presente y tu futuro. Es el pasado muerto que sigue controlando el presente vivo. Simplemente, toma conciencia de esto. ¿Pero cuál es la manera? ¿Cómo continúa haciéndolo la mente? La mente lo hace con su método. Dice: "Si no me prestas atención, no serás tan eficiente como yo. Si repites lo antiguo, puedes lograr mayor eficien­cia, porque ya lo has hecho antes. Si emprendes algo nuevo, no puedes ser tan eficiente." La mente sigue hablan­do como un economista, como un ex­perto en eficiencia. Sigue diciendo: "Esto es más fácil de hacer. ¿Por qué hacerlo de la forma dificultosa? Ésta es la vía que ofrece menor resisten­cia." Recuerda: siempre que tengas dos opciones, dos alternativas, elige la nueva. Opta por la más difícil, aquella en la cual sea necesario un mayor co­nocimiento. A costa de la eficiencia, elige siempre el conocimiento, y ge­nerarás una situación en la cual se ha­ga posible la meditación. Son sola­mente situaciones. La meditación ten­drá lugar. No estoy afirmando que só­lo creando estas situaciones se consiga la meditación, pero ellas son útiles. Generarán en ti la situación necesaria, sin la cual no podría haber meditación. Sé menos eficiente pero más crea­tivo. Deja que éste sea el motor. No te preocupes demasiado por los fines utilitarios. Más bien, recuerda siem­pre que no estás aquí, en la vida, para transformarte en una mercancía. No estás aquí para convertirte en una uti­lidad con escasa dignidad. No estás aquí nada más que para volverte más y más eficiente. Estás aquí para tor­narte más y más vivo. Estás aquí para hacerte más y más inteligente. Estás aquí para volverte más y más feliz, exaltadamente feliz. Pero esto está to­talmente alejado de los caminos de la mente.

La meditación es CONCIENCIA
Cualquier cosa que hagas, hazla con profunda conciencia. Entonces, inclusive las cosas pequeñas se trans­forman en sagradas. Entonces, coci­nar o limpiar se transforma en cosas sagradas; se hace culto de ellas. No se trata de qué es lo que haces, sino de cómo lo haces. Puedes limpiar el piso como un robot, un artefacto mecáni­co; tienes que limpiarlo, así que lo ha­ces. Entonces, te pierdes algo hermo­so. Así, malgastas esos momentos na­da más que en limpiar el piso. Lim­piar el piso podía haber sido una ex­periencia grandiosa. Te la perdiste. El suelo está limpio, pero algo que podía haber pasado en tu interior no ha pasado. Si hubieras tenido conciencia, tú también (y no sólo el piso) habrías sentido el efecto de una profunda pu­rificación. Limpia el piso con plena conciencia, con el brillo del conoci­miento. Trabaja, siéntate o camina, pero con un hilo conductor: ilumina más y más momentos de tu vida con la conciencia. Deja que la vela del co­nocimiento se encienda en cada mo­mento, en cada acto. El efecto acumu­lativo de todos los momentos juntos los transforma en una gran fuente de luz.

La meditación es tu NATURALEZA
¿Qué es la meditación? ¿Es una téc­nica que se puede practicar? ¿Es un esfuerzo que tienes que hacer? ¿Es al­go que la mente puede lograr? No. Todo lo que la mente es capaz de ha­cer no puede ser meditación. Se trata de algo que está más allá de la mente, y en ese terreno la mente resulta abso­lutamente inútil. La mente no puede acceder a la meditación. Donde termi­na la mente, comienza la meditación. Es necesario recordar esto, porque en nuestras vidas, hagamos lo que haga­mos, lo hacemos a través de la mente; sea lo que sea lo que logramos, lo lo­gramos a través de la mente. Y enton­ces, cuando nos volvemos hacia adentro, nuevamente empezamos a pensar en términos de técnicas, métodos, ac­ciones, porque toda la experiencia de vida nos muestra que la mente puede lograrlo todo. Sí, a excepción de la meditación, la mente puede lograrlo todo. Todo lo ejecuta la mente, salvo la meditación. Porque la meditación no es un logro; es un estado previo: es tu naturaleza. No es necesario adqui­rirla; sólo es preciso reconocerla, sólo hay que recordarla. Está allí esperán­dote: basta con darte vuelta y está a tu disposición. Te ha estado acompañan­do desde siempre. La meditación es tu naturaleza in­trínseca: eres tú, es tu ser, no tiene na­da que ver con tus acciones. No puedes tenerla y no puedes no tenerla. No puede ser poseída, pues no es una co­sa. Eres tú mismo. Es tu ser.

La meditación es INACCIÓN
Cuando la gente viene y me pre­gunta "¿Cómo hago para meditar?", yo le respondo: "No es necesario pre­guntar cómo se medita. Pregunta có­mo hacer para permanecer libre de ocupaciones. La meditación se produ­ce espontáneamente. Sólo pregunta cómo tener tiempo libre de ocupacio­nes: eso es todo. En esto consiste to­do el truco de la meditación: en cómo permanecer libre de ocupaciones. En­tonces, no puedes hacer nada: la me­ditación habrá de florecer." Cuando no estás haciendo nada, la energía se desplaza hacia el centro, se instala en el centro. Cuando estás ha­ciendo algo, la energía se dirige hacia afuera. Actuar es una forma de salirse de uno mismo. No actuar es una for­ma de entrar en uno. Las ocupaciones son un medio de escape. Puedes leer la Biblia, puedes transformarlo en una ocupación. No hay diferencia alguna entre una ocupación religiosa y una secular: todas son ocupaciones y te ayudan a quedarte en la parte exterior de tu ser. Son excusas para quedarse del lado de afuera.
El hombre es ignorante y ciego, y quiere seguir siéndolo, porque le pa­rece que volverse hacia el interior es como entrar en un caos. Y así es. En tu interior, has generado un caos. Tie­nes que salir a su encuentro y superar­lo. Se requiere coraje: coraje para ser uno mismo, y coraje para meterse dentro de uno mismo. No conozco co­raje más grande que ese coraje de ser meditativo.
Pero la gente que se queda en la parte exterior, ya sea con cosas terre­nales o no terrenales, pero igualmente con ocupaciones, piensa... y ha dado origen a un rumor a su alrededor: tie­nen sus propios filósofos, que dicen que, si eres un introvertido, de alguna manera estás enfermo, algo no anda bien contigo. Y constituyen la mayo­ría. Si meditas, si te sientas en silen­cio, se burlarán de ti:
"¿Qué estás haciendo? ¿Mirándote fijamente el ombligo? ¿Abriendo el tercer ojo? ¿Adónde vas? ¿Estás en­fermo?... Porque, ¿qué hay para hacer en el interior? No hay nada."
Para la mayoría de la gente, el inte­rior no existe; sólo consideran que existe el afuera. Y en realidad es exac­tamente al revés: sólo el adentro es real; el afuera no es más que un sue­ño. Pueden llamar enfermos a los introvertidos, pueden llamar enfermos a los meditadores. En Occidente, pien­san que el Oriente está algo perturba­do: ¿cuál es la finalidad de sentarse solo y dirigir la mirada hacia adentro? ¿Qué va uno a encontrar allí? No hay nada. David Hume, uno de los grandes filósofos británicos, lo intentó una vez... porque estaba estudiando los Upanishads * y éstos repetían: "Entra, entra, entra." Éste era su único mensa­je. Así que lo intentó. Un día cerró los ojos (un hombre totalmente profano, muy lógico, empírico, pero en absolu­to meditativo), cerró sus ojos y excla­mó:
"¡Es tan aburrido! Es aburrido mi­rar hacia el interior de uno mismo. Los pensamientos se movilizan, a ve­ces algunas emociones también, pero siguen disparándose en la mente, y tú continúas observándolas. ¿Con qué objetivo? Es inútil. No tiene sentido."
Y así lo entiende mucha gente. La perspectiva de Hume es la de la mayor parte de la gente. ¿Qué estás haciendo para llegar al interior de ti mismo? Hay oscuridad, pensamientos flotan­do aquí y allá. ¿Qué harás? ¿Qué sal­drá de esto? Si Hume hubiera espera­do un poco más (lo cual es difícil pa­ra personas como él), si hubiera sido un poco más paciente, a medida que los pensamientos desaparecen, las emociones se serenan. Pero, si esto le hubiera ocurrido a Hume, habría di­cho:
"Esto es aun peor, porque viene el vacío. Al menos, antes había pensa­mientos, algo de que ocuparse, para observar, algo en que pensar. Ahora, han desaparecido hasta los pensa­mientos; queda sólo el vacío... ¿Qué hacer con el vacío? Es absolutamente inútil."
Pero, si hubiera esperado un poco más, entonces también hubiera desa­parecido la oscuridad. Es como cuan do dejas un lugar iluminado por el cá­lido sol y entras a la casa: todo se ve oscuro porque tus ojos necesitan po­nerse un poco a tono. Están adaptados al cálido sol de afuera; en compara­ción, tu casa parece oscura. No pue­des ver; te sientes como si fuera de noche. Pero esperas, te sientas, des­cansas en una silla y, tras unos segun­dos, tus ojos se adaptan. Ahora, ya no está oscuro, un poco más de luz... Descansas una hora y todo es lumino­so, no hay oscuridad para nada.
Si Hume hubiera esperado un poco más, la oscuridad también se hubiera desvanecido. Como has pasado en el cálido sol de afuera muchas vidas, tus ojos se han acomodado a él, han per­dido la flexibilidad. Necesitan un ajus­te. Cuando uno entra a la casa, le lleva un ratito, algo de tiempo y de pacien­cia. No te apresures. Nadie puede llegar a conocerse a sí mismo con apuro. Es una espera muy, muy profunda. Se necesita una pacien­cia infinita. Lentamente, la oscuridad desaparece. Surge una luz que no pro­viene de fuente alguna. No tiene llama, no hay una lámpara encendida, tampo­co está el sol allí. Una luz, tal como aparece a la mañana, cuando la noche ha desaparecido y el sol aún no ha sali­do... O como a la tarde, en el crepúscu­lo, cuando el sol se ha puesto y todavía no ha caído la noche. Ésta es la razón por la cual los hindúes denominan a su oración sandhya. Sandhya significa crepúsculo, luz que carece de fuente.
Cuando te dirijas hacia el interior, llegarás a la luz que carece de fuente. En esa luz, por primera vez, comienzas a comprenderte a ti mismo y a en­tender quién eres, porque tú eres esa luz. Tú eres ese crepúsculo. Tú eres esa sandhya, esa pura claridad, esa percepción, donde el observador y lo observado desaparecen, permanecien­do sólo la luz.

La meditación es ser TESTIGO
La meditación comienza por sepa­rarse de la mente, por ser un testigo. Ésta es la única manera de separarse de algo. Si estás mirando hacia la luz, naturalmente, una cosa es segura: tú no eres la luz; eres quien está miran­do la luz. Si estás observando las flo­res, una cosa es segura: tú no eres la flor; eres el observador.
La contemplación es la clave de la meditación. Contempla tu mente. No hagas nada: ni repetir un man­tra, ni repetir el nombre de Dios. Só­lo observa lo que la mente hace. No la perturbes, no la obstaculices, no la re­primas; no emprendas nada por tu parte. Limítate a ser un observador. Y el milagro de la contemplación es la meditación. A medida que observes, lenta, lentamente, la mente se vaciará de pensamientos. Pero no te estás quedando dormido; estás cada vez más alerta, más consciente.
Cuando la mente se vacía por com­pleto, toda tu energía se transforma en una llama de despertar. Esta llama es el resultado de la meditación. Así que puedes decir que la meditación es otro nombre de la contemplación, del ser testigo, de la observación, sin emitir juicio ni evaluación alguna. Sólo por medio de la contemplación, saldrás de inmediato de la mente...
Todo lo que el yogui Maharishi Mahesh y otros como él hacen está bien, pero llaman meditación a algo que no lo es. Allí es donde están guiando a la gente por un camino errado. Si hubieran seguido siendo sinceros y auténticos, y le hubieran dicho a la gente que esto traería salud mental, salud física, una vida más re­lajada, una existencia más pacífica, hubiera sido correcto. Pero, una vez que comenzaron a llamarla "medita­ción trascendental", le habían atribui­do a algo muy trivial una grandiosa significación que no le corresponde. La gente ha participado de la medita­ción trascendental durante años y, en Oriente, durante miles de años. Pero esto no se ha transformado, para la gente, en un mayor autoconocimien­to, y no los ha convertido en Buda Gautama.
Si deseas entender exactamente qué es la meditación, el Buda Gauta­ma es el primer hombre que arribó a una definición correcta y precisa: es ser testigo.

La meditación es un SALTO
Nunca puedes ir más allá de la mente si sigues utilizándola. Tienes que dar un salto, y la meditación im­plica ese salto. Ésta es la razón por la cual la meditación es ilógica, irracio­nal. Y no se la puede tornar lógica; no se la puede reducir a la razón. Tienes que experimentarla. Únicamente si pasas por esta experiencia, adquieres conocimiento. Así que intenta esto: no pienses en ella; intenta, trata de ser testigo de tus propios pensamientos. Siéntate, relajado, cierra los ojos, de­ja fluir tus ideas como fluyen las imá­genes en una pantalla. Obsérvalas, míralas, hazlas tus objetos. Surge un pensamiento: contémplalo profundamente. No pienses en él; sólo obsér­valo. Si empiezas a pensar en él, no serás testigo: habrás caído en la tram­pa. Hay afuera una bocina. Surge una idea: "está pasando un auto"; o ladra un perro, o algo sucede. No pienses en ello; sólo contempla la idea. El pensamiento ha surgido, ha tomado forma. Aunque sea por un solo instan­te, si eres capaz de observar el proce­so de pensamiento sin pensar en él, habrás aprendido a ser testigo y ha­brás ganado algo al serlo. Es un gus­to, un gusto diferente del pensar (to­talmente diferente). Pero es necesario experimentar con él. La religión y la ciencia son polos opuestos, pero en algo se parecen y ponen el acento en lo mismo: la ciencia depende de la ex­perimentación, al igual que la reli­gión. Sólo la filosofía es no experi­mental. La filosofía sólo depende del pensar. Tanto la religión como la cien­cia dependen de la experiencia: en el caso de la ciencia, con objetos; en el caso de la religión, con tu subjetivi­dad. La ciencia depende de la experi­mentación con cosas, no contigo; y la religión depende de la experimenta­ción directa contigo. Es difícil, porque en la ciencia el experimentador está allí, el experi­mento está allí y el objeto que va a ser experimentado también. Hay tres co­sas: el objeto, el sujeto y el experi­mento. En la religión, tú eres estas tres cosas al mismo tiempo. Debes experimentar contigo mismo. Tú eres el sujeto, el objeto y el laboratorio. No sigas pensando. Comienza por al­gún lado, empieza a experimentar. Entonces, tendrás una sensación di­recta de lo que es pensar y lo que es ser testigo. Y así llegarás a saber que no puedes hacer las dos cosas en for­ma simultánea, así como no puedes correr y estar sentado al mismo tiem­po. Si corres, no puedes estar sentado, entonces no te sientas. Y si estás sen­tado, no puedes correr. Pero sentarse no es la función de las piernas. Correr es la función de las piernas; no sentar­se. En realidad, sentarse es la no fun­ción de las piernas. Cuando las pier­nas están funcionando, no estás senta­do. Sentarse es la no función de las piernas; correr es su función.
Lo mismo ocurre con la mente: pensar es una función de la mente; ser testigo implica una no función de la mente. Cuando la mente no está fun­cionando, puedes ser testigo, y enton­ces tienes la conciencia.

La meditación es CIENTÍFICA
La meditación es un método puro y científico. En ciencia, se llama ob­servación, observación de los obje­tos. Cuando miras hacia tu interior, es la misma observación, sólo que haciendo un giro de ciento ochenta grados y dirigiendo la mirada hacia adentro. Ésta es la razón por la cual la llamamos meditación. No es nece­sario Dios alguno, así como no es necesaria Biblia alguna. No es nece­sario, como prerrequisito, tener un sistema de creencias. Un ateo puede meditar, así como puede hacerlo cualquier persona, por­que la meditación no es sino un méto­do de volverse hacia el interior.

La meditación es un EXPERIMENTO
¿No crees en Dios? Eso no es un impedimento para la meditación. ¿No crees en el alma? Eso no es un impe­dimento en la meditación. ¿No crees en nada? Eso no es un obstáculo. Pue­des meditar, pues la meditación sim­plemente indica cómo acceder al inte­rior de uno mismo: si hay o no un al­ma no tiene importancia, así como no la tiene si existe o no un Dios.
Una cosa es segura: que tú existes. Si seguirás existiendo después de la muerte o no, no interesa. Sólo impor­ta una cosa: en este preciso momento, tú existes. ¿Quién eres? Para acceder a ello, está la meditación: para pene­trar más hondo en tu propio ser. Tal vez sea sólo algo momentáneo; tal vez no seas eterno; tal vez la muerte ponga fin a todo. No imponemos con­dición alguna en que estés obligado a creer. Sólo decimos que tienes que probar. Simplemente inténtalo. Un día sucede: los pensamientos no están allí. Y de repente, cuando las ideas desaparecen, tú quedas separado de tu cuerpo, pues los pensamientos consti­tuyen el puente entre ambos. A través de ellos, estás unido al cuerpo. Cons­tituyen el nexo. En forma repentina, el nexo desaparece: tú estás allí, el cuerpo también está allí, y hay un in­finito abismo entre ambos. Entonces, sabes que el cuerpo ha de morir, en tanto que tú no puedes morir.
Entonces, no se trata de algo como un dogma; no es un credo, es una ex­periencia que se comprueba por sí misma. Ese día, la muerte desaparece.
Ese día, la duda desaparece, porque ya no necesitas estar permanentemen­te defendiéndote. Nadie puede des­truirte: eres indestructible. Entonces, la confianza surge, se desborda. Y te­ner confianza es estar en éxtasis; tener confianza es estar en Dios; tener con­fianza es estar satisfecho.
Así que yo no hablo de cultivar la confianza, sino de experimentar la meditación.

La meditación es SILENCIO
La mente implica palabras; el yo, silencio. La mente no es sino la suma­toria de todas las palabras que has acumulado. El silencio es algo que siempre ha estado contigo, no es una acumulación. Éste es el significado del yo: es tu cualidad intrínseca. So­bre el fondo del silencio, continúas acumulando palabras, y la sumatoria de todas las palabras es lo que se co­noce como mente. El silencio es me­ditación. Es una cuestión de cambiar la percepción de la forma, de desviar la atención de las palabras hacia el si­lencio, que siempre ha estado allí.

La meditación es el PASO
La meditación es un estado natural, que hemos perdido. Es un paraíso perdido, pero el paraíso puede ser re­cuperado. Mira a los niños a los ojos... Míralos y verás un gran silen­cio, una inocencia. Cada niño viene con un estado meditativo, pero debe ser iniciado en los caminos de la so­ciedad: hay que enseñarle a pensar, a calcular, a razonar, a discutir; hay que enseñarle las palabras, el lenguaje, los conceptos. Y lenta, lentamente, pierde contacto con su propia inocencia. Se contamina, es corrompido por la so­ciedad. Se transforma en una maqui­naria eficiente; deja de ser un hombre.
Todo lo que se necesita es recupe­rar ese espacio una vez más. Alguna vez lo conociste, así que, cuando te acercas a la meditación por primera vez, te sorprendes, pues un gran sen­timiento surgirá en ti como si lo hu­bieras experimentado previamente. Y esa sensación es real: lo has vivido antes, pero lo has olvidado. El dia­mante se ha perdido en medio de un montón de basura. Pero, si eres capaz de descubrirlo, hallarás nuevamente el diamante: te pertenece.
No puede perderse verdaderamen­te: sólo se puede olvidar. Nacemos como meditadores y después apren­demos los caminos de la mente. Pero nuestra naturaleza real permanece es­condida en algún lugar, en las profun­didades, como una corriente submari­na. Cualquier día, una pequeña exca­vación, y encontrarás la fuente de la que aún fluye agua fresca. Y encon­trarla es uno de los más grandes pla­ceres de la vida.

La meditación es REMINISCENCIA
Dondequiera que estés, recuerda que tú existes. Esta conciencia de tu existencia debe tornarse una continui­dad. No tu nombre, tu casta, tu nacio­nalidad. Ésas son cosas fútiles, abso­lutamente vanas. Sólo recuerda: "Yo soy." No hay que olvidar esto. Esto es lo que los hindúes denominan remi­niscencia del yo, lo que Buda llamaba autocontemplación, lo que Gurdjieff solía denominar recuerdo del yo, y lo que Krishnamurti llama conciencia. Ésta es la parte más sustancial de la meditación: recordar que "yo soy". Mientras camines, estés sentado, comiendo o hablando, recuerda el "yo soy". Nunca lo olvides. Será muy dificultoso y arduo. Al comienzo, los olvidos serán permanentes; sólo ha­brá momentos sueltos en los cuales te sentirás iluminado, que luego se per­derán. Pero no te sientas mal: aun es­tos momentos sueltos son mucho. Siempre que puedas volver a recor­dar, retoma el hilo. Cuando olvides, no te preocupes. Recuerda nuevamen­te, vuelve a retomar el hilo, y poco a poco las brechas se irán reduciendo, los intervalos comenzarán a perderse, y surgirá una continuidad. Y cuando tu conciencia adquiere continuidad, no necesitas usar la mente. Entonces, no hay planificación; es tu conciencia y no tu mente la que dirige tus actos. Entonces, no hay necesidad de defen­sa alguna, no hay necesidad de dar ex­plicación alguna. En consecuencia, eres lo que eres: no hay nada que es­conder. Aquello que eres, lo eres. No puedes hacer otra cosa. Únicamente puedes hallarte en un estado continuo de reminiscencia. A través de esta re­miniscencia, de esta autocontempla­ción, llega la auténtica religión, la au­téntica moralidad.

La meditación es LIBERTAD
Si la vida fluye hermosa, natural­mente, si no hay maestros negativos para la vida, si no hay ni políticos ni sacerdotes que te distraigan, enton­ces, cerca de los cuarenta y dos años, exactamente al llegar la madurez se­xual, madura la meditación. Alrede­dor de los cuarenta y dos años, uno comienza a sentirse volcado hacia adentro. Cerca de los catorce años, uno empieza a volcarse hacia los de­más, se torna extravertido. El amor implica extraversión; la relación es pensar en el otro. La meditación es in­troversión, y significa pensar en el propio ser, en el centro de uno mismo. Entre los catorce y los cuarenta y dos años, se produce un cambio. Poco a poco, uno vive la vida, conoce lo que es el amor, sabe de su satisfacción y de su frustración, de su alegría y de su tristeza, de su belleza y de su es­panto, sabe que hay momentos de in­tenso éxtasis y, después, grandes va­lles de oscuridad. Entonces, uno em­pieza poco a poco a volcarse hacia el propio ser, dado que depender del otro nunca puede producir verdadero éxtasis. Si tu placer depende del otro, ese placer nunca puede tener en sí mismo la cualidad de la libertad. Y un placer que no tiene la cualidad de la libertad no es un gran placer. Si eres dependiente respecto del otro, enton­ces hay allí una limitación. El placer al que se accede a través del amor es momentáneo: sólo puedes encontrarte con el otro en algunos momentos; lue­go, te separas y te sientes solo. Entre­tanto, te sientes solo. Sólo por un mo­mento te unes con el otro. Entonces, uno empieza a pensar: "¿Hay alguna manera de hacerse uno con la existen­cia y no sentirse solo nunca más?" En esto consiste la meditación. El amor es unirse a la existencia a través de otra persona sólo durante algunos momentos. La meditación es unirse a la existencia eternamente.
Yoga quiere decir "unir". Esto debe suceder en algún profundo lugar del corazón. Y entonces hay placer y hay libertad. Y entonces hay dicha, pero no seguida de un valle de oscuridad. Entonces, la felicidad es eterna y la celebración es eterna.



La meditación es SENSIBILIDAD
Es la luz de la conciencia la que torna preciosas, extraordinarias las cosas. Entonces, las cosas pequeñas dejan de ser pequeñas. Cuando un hombre consciente, sensible y afec­tuoso toca un guijarro de la orilla, és­te se transforma en un diamante. Y si tocas un diamante en tu estado de in­conciencia, no es más que un guijarro ordinario (ni siquiera eso). La profun­didad y el sentido de tu vida serán proporcionales a tu nivel de concien­cia. Ahora, la gente se pregunta por to­do el mundo: "¿Cuál es el sentido de la vida?" Evidentemente, el sentido está perdido, porque has perdido la forma de descubrir el sentido, y esta forma es la conciencia.

La meditación es CRECER
Envejecer no es algo valioso: todo animal pasa por eso, sin necesidad de usar la inteligencia. El crecimiento es una experiencia totalmente diferente. El envejecimiento es horizontal. El crecimiento es vertical: te lleva a las alturas, y te conduce a las profundida­des. Y habrá de sorprenderte saber que el tiempo es horizontal, lo cual suena bastante extraño. Pasa un mo­mento, luego viene otro momento, otro y otro más... sucediéndose en una línea, en una línea horizontal. El tiem­po es horizontal, tal como lo es la mente. A una idea le sigue otra, y a ésta, otra, y otra, pero en una línea, una hilera, una procesión o un embotellamiento, pero siempre en forma horizontal. La meditación es vertical: va más allá de la mente y más allá del tiempo. Y, tal vez, finalmente llegues a la con­clusión de que el tiempo y la mente son equivalentes, son dos nombres del mismo fenómeno: la sucesión de ideas, de momentos. La meditación significa detener tanto el tiempo co­mo la mente, y empezar de repente a elevarse a la eternidad. La eternidad no forma parte del tiempo, y tampoco es un pensamiento; es una experien­cia.

La meditación no es ESCAPISTA
El hombre que vive en el futuro vi­ve una vida falsificada. No vive ver­daderamente; sólo aparenta vivir. Es­pera vivir, lo desea, pero nunca lo ha­ce. Y el mañana nunca llega; siempre es hoy. Lo que viene es siempre aquí y ahora, y el hombre no sabe vivir el "aquí y ahora": sólo sabe escaparle. La forma de escapar al "aquí y ahora" se llama deseo, tanha (que es la pala­bra del Buda que hace referencia a una huida del presente, a un escape de lo real hacia lo irreal).
El hombre que desea es un escapis­ta. Ahora, y esto es muy extraño, se piensa que los meditadores son escapistas. Esto es un completo contrasen­tido. Los meditadores son los únicos no escapistas: todos los demás sí lo son. La meditación implica dejar de lado el deseo, abandonar los pensa­mientos, deshacerse de la mente. La meditación significa relajarse en el momento, en el presente. La medita­ción es lo único en el mundo que no es escapista, a pesar de que se crea que es lo más escapista que hay. Quienes condenan la meditación a menudo lo hacen utilizando el argu­mento de que implica un escape, es­capar de la vida. Sólo dicen cosas sin sentido; no comprenden lo que dicen.
La meditación no implica escapar de la vida. Es escapar hacia la vida. La mente lleva a escapar de la vida; el deseo es escapar de la vida.

La meditación es un DON
Estar en silencio es el arte más simple del mundo. No es una acción, sino una no acción. ¿Cómo puede re­sultar dificultoso?
¡Te estoy mostrando el camino de la iluminación a través de la pereza! No hay que hacer nada para alcanzar la, pues está en tu naturaleza. Ya la tienes; sólo que estás tan ocupado con otras actividades que no puedes perci­bir tu propia naturaleza.
En las profundidades de tu interior es como afuera: la belleza, el silencio, el éxtasis, la dicha. Pero, por favor, a veces ten clemencia contigo: siéntate y no emprendas actividad alguna, ni física ni mental. Relájate, mas no al modo norteamericano... Puesto que he visto tantos libros norteamericanos titulados Cómo relajarse, en los que el título mismo indica que el autor no sabe nada acerca de la relajación: no hay "cómo".
Sí, está bien: Cómo reparar un au­tomóvil: tienes que hacer algo. Pero no hay acciones como tales en lo con­cerniente a la relajación. Simplemen­te, no hagas nada. Sé que te resultará algo difícil al comienzo. No se debe a que sea dificultoso relajarse, sino a que te has vuelto adicto a la necesidad de hacer algo. Llevará un tiempo su­perar esa adicción.
Sólo sé y contempla. Ser es no ha­cer y contemplar es también no hacer. Te sientas en silencio sin realizar acti­vidad alguna, siendo testigo de todo lo que suceda. Las ideas darán vueltas en tu mente. Puedes sentir cierta ten­sión en algunas partes del cuerpo; te puede doler la cabeza. Sólo sé testigo de lo que pase, no te identifiques con eso. Observa, sé como un observador que desde la montaña contempla lo que sucede en el valle. Es un don, no un arte. La meditación no es una ciencia, no es un arte. Es un don; no más que eso. Todo lo que necesitas es un poco de paciencia.
Los viejos hábitos habrán de per­durar; las ideas seguirán precipitándo­se. Y tu mente siempre está como si fuera la hora pico, con el tránsito apretado. Tu cuerpo no está acostum­brado a sentarse en silencio: te move­rás y te darás vuelta. No hay de qué preocuparse. Simplemente, observa que el cuerpo se está moviendo y se está dando vuelta, que la mente está convulsionada, llena de ideas (consis­tentes, inconsistentes, fútiles), fanta­sías, sueños. Quédate en el centro, ob­servando.
Todas las religiones del mundo le han enseñado a la gente a hacer algo: detener el proceso de pensamiento, forzar el cuerpo a asumir una postura inmóvil. En esto consiste el yoga: en una larga práctica para forzar al cuer­po a una postura inmóvil. Pero un cuerpo forzado no está inmóvil. Y las oraciones, las concentraciones, las contemplaciones de todas las religio­nes hacen lo mismo con la mente: la fuerzan, no permiten que los pensa­mientos fluyan. Sí, tienes la capaci­dad de hacerlo. Y, si insistes, puedes detener el proceso de pensamiento. Pero esto no es lo real, es absoluta­mente fingido.
Cuando la inmovilidad viene por sí misma, cuando el silencio se instala sin que hagas esfuerzo alguno, cuan­do contemplas los pensamientos y lle­ga un momento en que empiezan a desaparecer las ideas y comienzan a producirse silencios, es hermoso. Los pensamientos se detienen por sí solos si no te identificas, si continúas en la posición del testigo y no dices: "Éste es mi pensamiento."
No dices: "Esto está bien; esto está mal", "Esto debería estar allí' y "Es­to no tendría que estar ahí". Si lo hi­cieras, ya no serías un observador: tendrías prejuicios, ciertas actitudes. Un observador no tiene prejuicios, no emite juicios de valor; sólo refleja lo que ve, como un espejo.
Cuando pones algo frente a un es­pejo, éste simplemente refleja lo que está delante. No juzga que el hombre es feo, o que es hermoso, ni dice:
"¡Ay! ¡Qué bonita nariz tienes!" El espejo no tiene nada que decir. Su na­turaleza es reflejar, y refleja. Ésta es la razón por la cual hablo de medita­ción: tú sólo reflejas todo lo que suce­de por dentro o por fuera.
Yo te lo garantizo... Puedo garanti­zarlo porque me ha pasado a mí y le ha pasado a mucha de mi gente. Sólo mira con paciencia; tal vez pasen unos pocos días, quizás hasta unos pocos meses, o tal vez unos pocos años. No hay forma de anticiparlo, puesto que cada individuo tiene un ritmo diferente.
Debes haber visto a la gente que junta antiguas estampillas de correo. Cada uno tiene una colección diferen­te; la cantidad puede ser diversa, por lo tanto el tiempo que le lleve a cada uno será diferente; pero trata de seguir como testigo hasta tanto puedas ha­cerlo. Y esta meditación no necesita un tiempo especial.
Puedes limpiar el piso y permanecer en silencio obser­vándote a ti mismo limpiando el piso.
Puedo mover la mano sin concien­cia de ello, sin observarla, o bien pue­do moverla con plena conciencia.
Y hay una diferencia cualitativa. Cuan­do la mueves en forma inconsciente, es mecánico. Cuando la mueves en forma consciente, hay gracia. Incluso en la mano, que forma parte de tu cuerpo, sentirás silencio, indiferencia.
¿Y qué decir de la mente? Con tu permanente observación, lentamente comienza a reducirse más y más la precipitación de ideas. Comienzan a aparecer momentos de silencio; apa­rece un pensamiento y después hay si­lencio antes de que aparezca otro pen­samiento. Estas lagunas te brindarán la pri­mera vislumbre de meditación y el primer placer de estar llegando a puerto.

La meditación es CLARIDAD
Una vez que comprendes qué es la meditación, las cosas se aclaran mu­cho. Si no, puedes seguir andando a tientas en la oscuridad. La meditación es un estado de claridad, no un estado de la mente. La mente implica confu­sión; nunca es clara: no puede serlo. Los pensamientos crean nubes a tu al­rededor; nubes sutiles. Éstas generan una neblina, y se pierde la claridad. Cuando las ideas desaparecen, cuan­do no hay más nubes a tu alrededor, cuando te centras sólo en tu ser, se produce la claridad. Entonces, puedes ver mucho más lejos; puedes ver has­ta los confines mismos de la existen­cia. Entonces, tu mirada se torna penetrante, y llega hasta el centro mis­mo del ser. La meditación es claridad, absolu­ta claridad, de la visión. No puedes pensar en eso. Debes dejar de pen­sar.

La meditación es VACÍO
Durante siglos se ha estado en con­tra del vacío. El vacío es maravilloso. Gente tonta ha estado diciéndote: "La mente en blanco es obra del Diablo." ¡La mente en blanco es obra de Dios! La mente ocupada constituye una obra del Diablo.
Pero es necesario estar verdadera­mente vacío. Ser holgazán no signifi­ca estar vacío; no hacer nada no signi­fica estar vacío: miles de ideas vocife­ran en tu interior. Puedes ser holgazán desde lo que se ve de afuera, pero en tu interior puede haber mucho traba­jo.
Pueden alzarse muchas paredes, pueden estarse preparando nuevas prisiones para que, cuando te hartes de las viejas, puedas acceder a las nuevas. En cualquier momento, pue­den quebrarse las viejas cadenas; por eso, puedes estar creando cadenas nuevas por si se rompen las viejas. Entonces, te sentirás muy vacío.
De vez en cuando sucede natural­mente, porque es tu misma naturaleza ser libre. Entonces, de vez en cuando, a pesar de ti... mirando un atardecer, de repente olvidas todos tus deseos. Olvidas toda ansia, todos tus anhelos de placer.
El atardecer es tan hermoso, tan so­brecogedor, que olvidas el pasado y el futuro: sólo queda el presente. Eres uno con el momento, no hay un ob­servador y un observado. El observa­dor se transforma en el objeto obser­vado. Tú no estás separado del atarde­cer.
Te une un puente a él. En esta co­munión accedes a un claro, y en vir­tud de él te sientes alegre. Pero nueva­mente vuelves a caer en el agujero ne­gro, por la simple razón de que, para salir al claro, necesitas el coraje de quedarte bajo el cielo vacío.
Esto es lo que llamo sannyas. Denomino a este coraje sannyas: no escapar, sino llegar al claro, con­templando el cielo sin nubes, oyendo los cantos de los pájaros sin distorsio­nes. Y, entonces, una y otra vez te vas adaptando al vacío y al placer de estar vacío.
Lenta, lentamente, ves que el vacío es algo más que el vacío. Implica una plenitud, una plenitud de algo de lo que nunca has tenido conciencia, una plenitud de algo que nunca has sabo­reado.
Es decir que al principio parece vacío, y al final está lleno, totalmente lleno, abrumadoramente lleno. Está lleno de paz, está lleno de silencio, es­tá lleno de luz.

La meditación es INTELIGENCIA
Mantén una mirada profunda den­tro de tu mente: fíjate cuáles son sus motivaciones. Cuando haces algo, busca de inmediato la motivación pues, si ésta se te escapa, la mente se­guirá engañándote y diciéndote que la motivación es otra. Por ejemplo: lle­gas a casa enojado y golpeas a tu hijo. Tu mente dirá: "Es por su bien, para enseñarle a comportarse." Esto es una racionalización. Busca más profunda­mente... Estabas enojado y buscabas a alguien con quien pudieras enfurecer­te. No podías pelearte con el jefe de la oficina, pues él es demasiado fuerte para enfrentarlo: sería un riesgo, ade­más de un peligro desde el punto de vista económico. Necesitabas a al­guien indefenso. Ahora, como este ni­ño está totalmente indefenso, depende de ti; no puede reaccionar, no puede hacer nada, no puede pagarte con la misma moneda. No podrías encontrar una víctima más perfecta.
Reflexiona: ¿estás enojado con el niño? Si lo estás, quiere decir que la mente te está embaucando.
La mente te engaña permanente­mente, las veinticuatro horas del día, y tú contribuyes a ello. Entonces, al final, te sientes miserable y te ganas el infierno. Busca en todo momento la motivación correcta. Si puedes encon­trarla, la mente tendrá cada vez me­nos posibilidades de engañarte. Y, cuanto más te alejes de la impostura, tanto más capaz serás de moverte más allá de la mente, y de transformarte en maestro.
Me he enterado...
Un científico le decía a un amigo: -No entiendo por qué insistías en que tu mujer usara un cinturón de cas­tidad mientras fuimos a la conven­ción. Después de todo, entre nosotros, como viejos camaradas, con la cara y la figura de Emma, ¿quién querría...? -Lo sé, lo sé -respondió el otro-. Pero, cuando vuelvo a casa, siempre puedo decir que he perdido la llave.
Reflexiona, busca la motivación in­consciente. La mente sigue intimidán­dote y dominándote, porque no eres capaz de ver sus verdaderas motiva­ciones. Una vez que una persona pue­de descubrir las verdaderas motiva­ciones, la meditación está muy cer­ca... porque entonces la mente deja de ejercer dominio sobre ella. La mente es un mecanismo, carece de inteligencia. La mente es una com­putadora biológica, ¿cómo podría ser inteligente? Tiene cierta habilidad, pero no tiene inteligencia; tiene una utilidad funcional, pero carece de conciencia. Es un robot; funciona bien, pero no debes escucharla dema­siado, pues entonces perderás tu inte­ligencia interior. Entonces, es como si le estuvieras pidiendo a una máquina que te guiara, que te condujera. Se lo estarías pidiendo a una máquina que no tiene en sí nada original: no puede tenerlo. Ni una sola idea de la mente es original; siempre es una repetición. Observa: siempre que la mente afirma algo, fíjate que te hace entrar en una rutina. Intenta hacer algo nuevo, y de esa manera disminuirá el poder de do­minación de la mente sobre ti.
Quienes de alguna manera son creativos siempre pueden transfor­marse sin dificultad en meditadores, mientras que quienes carecen de crea­tividad en sus vidas lo encuentran muy difícil. Si tienes una vida repeti­tiva, la mente tiene demasiado control sobre ti: no puedes alejarte de ella, por temor. Haz algo nuevo cada día. No prestes atención a la antigua ruti­na. De hecho, si la mente afirma algo, respóndele: "Esto es lo que hemos he­cho siempre; ahora, hagamos algo di­ferente." Aunque sean pequeños cam­bios... en el modo en que siempre te has comportado con tu esposa, sólo pequeños cambios; en la forma en que siempre caminas, sólo pequeños cam­bios; en el modo en que siempre ha­blas, pequeños cambios. Y verás que la mente va perdiendo su poder de do­minarte, a la par que tú te vas liberan­do.

La meditación es PURIFICACIÓN
Cualquier cosa que hagas, realízala con profunda conciencia; así, incluso las cosas pequeñas se tornan sagra­das. Entonces, limpiar o cocinar se vuelven cosas sagradas; se hace culto de ellas. La cuestión no es la actividad que estás realizando, sino cómo la es­tás haciendo. Puedes limpiar el piso como si fueras un robot, un objeto mecánico. Tienes que limpiarlo, en­tonces lo haces. Pero así te pierdes al­go hermoso, y malgastas esos mo­mentos sólo en limpiar el piso. Lim­piar el piso podría haber sido una gran experiencia, y la has dejado pasar. El piso está limpio, pero algo que podría haber sucedido dentro de ti no se produjo. Si hubieras estado consciente, la purificación no hubiera afectado sólo al piso, sino también a ti mismo. Lim­pia el piso pleno de conciencia, ilumi­nado de conciencia. Trabaja, o siénta­te, o camina, pero hay algo que debe ser el hilo conductor, con cierta conti­nuidad: ilumina de conciencia cada vez más momentos de tu vida. Deja que la vela de la conciencia se encien­da en cada momento, en cada acto. La iluminación no es sino el efecto acu­mulativo. El efecto acumulativo (to­dos los momentos juntos, pequeñas velas juntas) da por resultado una gran fuente de luz.

La meditación es un FLORECIMIENTO
Recuerda que la meditación te dará más y más inteligencia, infinita y ra­diante inteligencia. La meditación te volverá más vivo y más sensible; tu vida se enriquecerá. Observa a los as­céticos: sus vidas se han vuelto como si no fueran vidas. Ellos no son medi­tadores. Pueden ser masoquistas, que se torturan a sí mismos y gozan del sufrimiento... La mente es muy astu­ta: sigue haciendo cosas y racionali­zándolas. Por lo común, tu actitud es violenta hacia los demás, pero la mente es muy hábil: puede aprender la no violencia, predicar la no violen­cia, pero volverse violenta hacia sí misma. Y la violencia que ejerces contra ti mismo en general se respeta, pues la gente tiene la idea de que ser ascético significa ser religioso. Éstas son meras tonterías. Dios no es ascé­tico; de no ser así, no existirían las flores, ni árboles verdes: sólo habría desiertos. Dios no es ascético; de no ser así, no existirían nula música ni la danza de la vida: sólo habría cemen­terios y más cementerios. Dios no es ascético, sino que disfruta de la vida. Dios es más epicúreo de lo que pue­des imaginar. Si piensas en Dios, piensa en términos epicúreos. Dios es una búsqueda permanente de más y más felicidad, placer, éxtasis. Recuér­dalo.
Pero la mente es muy astuta. Puede racionalizar la parálisis como medita­ción; puede racionalizar el desinterés como trascendencia; puede racionali­zar la muerte como renuncia. Mantén la conciencia. Siempre recuerda que, si te mueves en la dirección correcta, seguirás floreciendo.

La meditación es TOMAR CONCIENCIA
Y recuerda: cada situación debe transformarse en una oportunidad pa­ra la meditación. ¿Qué es la medita­ción? Ser consciente de lo que estás haciendo, ser consciente de lo que te está pasando.
Alguien te insulta: adquiere con­ciencia de qué te sucede cuando reci­bes el insulto. Medita acerca de ello; esto modifica toda la estructura de la situación. Cuando alguien te insulta, te concentras en la persona: "¿Por qué me insulta? ¿Quién se cree que es? ¿Cómo podría vengarme?" Si el otro es muy poderoso, te rindes, comien­zas a mover ligeramente la cola. Si no es muy poderoso y lo ves débil, te abalanzas sobre él. Pero en todo esto te olvidas por completo de ti mismo. El otro se transforma en el foco de tu atención. Esto implica perder una oportunidad para la meditación. Cuando alguien te insulte, medita. Como dijo Gurdjieff: "Cuando mi pa­dre estaba agonizando, yo tenía sólo nueve años. Me pidió que me acerca­ra a su lecho y me murmuró al oído: -`Hijo, no te dejo mucho, al menos no en cosas terrenales. Pero tengo al­go para contarte, algo que a mí me di­jo mi padre en su lecho de muerte. Me ha ayudado muchísimo; siempre ha sido mi tesoro. Aún no estás muy ma­duro; tal vez no entiendas lo que digo, pero consérvalo, recuérdalo. Alguna vez crecerás y entonces podrás com­prender. Ésta es la clave que abre las puertas de grandes tesoros. Por supuesto que Gurdjieff no po­día entenderlo en ese momento, pero fue esto lo que habría de modificar to­da su vida. Y su padre dijo algo muy simple. Dijo: "Cuando alguien te in­sulte, hijo mío, dile que meditarás acerca de ello durante veinticuatro horas y después volverás para respon­derle."
Gurdjieff no podía creer que esto fuera una clave tan importante. No podía creer que eso fuera algo tan va­lioso que debiera recordarlo. Y pode­mos ser indulgentes con un pequeño de nueve años. Pero, como eso fue al­go dicho por su agonizante padre, que tanto lo había amado y que, apenas lo dijo, dio su último aliento, quedó gra­bado en él. No podía olvidarlo. Cada vez que se acordaba de su padre, re­cordaba su frase.
Sin comprenderla realmente, co­menzó a practicarla. Si alguien lo in­sultaba, decía:
"Señor, tengo que meditar respecto de ello durante veinticuatro horas. Es lo que me ha dicho mi padre, que ya no está aquí. Y yo no puedo desobe­decer a un anciano muerto. Me quería muchísimo, y yo lo quería muchísimo a él; ahora, no hay manera de desobe­decerlo. Uno puede desobedecer a su padre mientras está vivo pero, cuando ha muerto, ¿cómo podría no hacerle caso? Así que, por favor, discúlpeme.
Volveré en veinticuatro horas y le res­ponderé."
Decía: "Meditar durante veinticua­tro horas me ha aportado las más cla­ras visiones de mí mismo. A veces, he descubierto que el insulto era correc­to, que eso es lo que soy. Entonces, buscaba a la persona y le decía: 'Se­ñor, gracias, tenía usted razón. No fue un insulto, sino sólo un comentario sobre algo real. Me llamó estúpido, y lo soy.'
O a veces me ha pasado que medi­tar durante veinticuatro horas me lle­vaba a darme cuenta de que se trataba de una absoluta mentira. Pero, cuando algo es mentira, ¿por qué ofenderse? Entonces, nunca iba a decirle a esa persona que había mentido. Una men­tira es una mentira, ¿por qué moles­tarse por ella?"
La contemplación y la meditación, poco a poco, lo volvieron más atento a sus propias reacciones que a las de los demás.

La meditación es DIVERSIÓN
Millones de personas se privan de hacer meditación porque se le ha atri­buido a la meditación una connota­ción errónea. Se la ve como algo serio y depri­mente, se considera que contiene algo de religiosidad, se cree que es sólo para quienes están muertos, o casi muertos, para quienes son serios, me­lancólicos, tienen caras largas, han perdido el carácter festivo, la diver­sión, la naturaleza lúdica y las ganas de celebrar.
Éstas son las características de la meditación. Una persona verdadera­mente meditativa es de naturaleza lú­dica: para ella, la vida es diversión, una léela, un juego.
Y lo disfruta en gran forma. Esta persona no es seria; está relajada.

La meditación es COMPRENSIÓN
Tendrás que entender una de las cosas más importantes acerca de la meditación: que no hay técnica algu­na que nos conduzca a ella. En lo concerniente a la meditación, no hay diferencia entre las llamadas antiguas técnicas y las nuevas técni­cas de retroalimentación biológica. La meditación no es un producto ob­tenido a través de la mente. Se produ­ce más allá de la mente. No hay técni­ca alguna que pueda ir más allá de la mente. Pero habrá de producirse un ma­lentendido en los círculos científicos, y sobre cierta base. La base de todo el malentendido es la siguiente: cuando el ser de una persona se encuentra en estado de meditación, genera ciertas ondas en su mente. Estas ondas pue­den ser provocadas desde afuera por medios técnicos. Pero esas ondas no darán lugar a la meditación. Allí radi­ca el malentendido.
La meditación genera esas ondas; es la mente que refleja el mundo inte­rior.
Lo que sucede en el interior de ca­da uno no es observable. Pero lo que ocurre en la mente sí lo es. Ahora hay sensibles instrumentos... que nos per­miten evaluar qué clase de ondas se producen cuando una persona está dormida, qué clase de ondas se produ­cen cuando una persona está soñando, qué clase de ondas se producen cuan­do una persona está en estado de me­ditación.
Pero, creando estas ondas, uno no puede generar la situación: estas on­das no son más que síntomas, indica­dores. Está muy bien: puedes analizarlas. Pero recuerda que no existen atajos para acceder a la meditación, y que ningún recurso mecánico demuestra ser útil para ello. De hecho, la medi­tación no requiere de técnica alguna, ni científica ni de otra clase. La meditación es sólo compren­sión.
No se trata de sentarse en silencio. No se trata de cantar un mantra. Se trata de comprender los sutiles meca­nismos de la mente. A medida que de­sentrañas esos mecanismos mentales, vas adquiriendo una gran conciencia que no proviene de la mente. Este co­nocimiento va surgiendo en tu ser, en tu alma, en tu conciencia. La mente no es más que un meca­nismo pero, cuando ese conocimiento aparece, seguro que habrá de generar a su alrededor un cierto patrón de energía. La mente nota ese patrón de energía. La mente tiene un mecanis­mo muy sutil. Y tú estás estudiándolo desde afue­ra; por lo tanto, cuanto mucho, puedes analizar la mente. Al ver que siempre que alguien está en silencio, sereno y en paz, siempre, inevitablemente, aparece cierto patrón de ondas en su mente, el razonamiento científico afirmará: si podemos crear este patrón de ondas en la mente a través de cier­tas técnicas de retroalimentación bio­lógica, entonces el ser interior alcan­zará grandes niveles de conocimiento. Esto no va a suceder.
Estas ondas de la mente no consti­tuyen la causa de la meditación; al contrario, son su efecto. Pero no po­demos ir del efecto hacia la causa. Es posible crear ciertos patrones en la mente a través de la retroalimentación biológica, y estos patrones de ondas pueden provocar una sensación de paz, de silencio y de serenidad en la persona. Como ella misma ignora lo que es la meditación y no tiene mane­ra de comparar, puede ser llevada a creer que eso es la meditación. Pero no lo es. Porque, en el momento en que se detiene el mecanismo de re­troalimentación biológica, las ondas desaparecen, al igual que el silencio, la paz y la serenidad. Y puedes continuar practicando con esos instrumentos científicos du­rante años: no cambiará tu carácter, no cambiará tu moralidad, no cambia­rá tu individualidad. Seguirás exacta­mente igual. La meditación es transformadora. Te lleva a niveles más altos de con­ciencia y modifica todo tu estilo de vida. Transforma tus reacciones en respuestas hasta tal punto que resulta increíble que la misma persona que hubiera reaccionado con furia en una situación, ahora actúe con profunda compasión y con actitud amorosa en la misma situación. La meditación es un estado del ser, al que se accede a través de la com­prensión. Requiere de inteligencia; no de téc­nicas.

La meditación es ENCANTO
La meditación es simplemente sen­tirse encantado de la propia presencia. La meditación es el encanto de la pro­pia existencia. Es muy simple: un es­tado de conciencia en completa rela­jación, en el cual no haces nada. Cuando llega el momento de actuar, te pones tenso. De inmediato llega la ansiedad. ¿Cómo hacer? ¿Cómo lo­grarlo? ¿Cómo no rendirse? Ya has avanzado hacia el futuro. La medita­ción consiste simplemente en existir, sin hacer nada: ni acciones, ni pensa­mientos, ni emociones. Simplemente existes, y sólo te sientes encantado.
¿De dónde proviene este encanto cuando no estás realizando actividad alguna? No viene de ninguna parte, o bien procede de todas partes. No hay razones para él, pues la existencia es­tá hecha de un material llamado júbi­lo. Éste no requiere de causa, de razón alguna. Si estás triste, tienes un moti­vo para estarlo. Si estás feliz, simple­mente lo estás: no hay razones para ello. Tu mente tratará de encontrar una razón, porque no puede creer en lo inmotivado, por no poder contro­larlo. Con lo inmotivado, la mente se torna simplemente impotente. Por eso, la mente sigue hallando una u otra razón. Pero quiero decirte que, cuando estás feliz, no hay razón algu­na para ello. Cuando estás triste, tie­nes algún motivo para estarlo. Esto se debe a que la felicidad no es sino el material del cual estás hecho. Es tu propio ser, tu esencia más íntima. El júbilo es tu esencia más íntima.
Mira los árboles, los pájaros, las nubes, las estrellas... Y, si tienes ojos para ello, serás capaz de ver que la existencia toda está llena de alegría. Todo es simplemente dicha. Los árbo­les son felices sin razón alguna; no van a ser primeros ministros ni presi­dentes, no se volverán ricos ni recibi­rán nunca un resumen bancario. Con­templa las flores: no hay motivos. Es simplemente increíble lo alegres que son las flores.
La existencia toda está hecha del material llamado alegría.

La meditación es RELAJACIÓN
La meditación es una pausa, un descanso total, una completa deten­ción de toda actividad: física, mental, emocional. Cuando te tomas un des­canso tan profundo, nada se agita en tu interior. Cuando abandonas toda acción en sí, como si estuvieras me­dio dormido a pesar de estar despier­to, llegas a saber quién eres. De re­pente, se abre la ventana. No se la puede abrir con esfuerzo, pues el es­fuerzo genera tensión, y ésta es la causa de todas nuestras desdichas. Por esta razón, es muy importante comprender esto: la meditación no es un esfuerzo. Uno debe tener una actitud lúdica respecto de la meditación, aprender a disfrutarla como algo divertido. Uno no debe tomarla de manera seria y formal. Si lo hace, está perdido. Uno debe llegar a la meditación en forma muy placentera. Y tiene que ser cons­ciente de que está cayendo en un des­canso más y más profundo. No se tra­ta de concentración; por el contrario, se trata de relajación. Cuando estás completamente relajado, por primera vez comienzas a sentir tu propia reali­dad; te enfrentas a tu propio ser. Mientras estás en actividad, estás tan ocupado que no puedes verte a ti mis­mo. La actividad crea mucho humo a tu alrededor, levanta mucho polvo a tu alrededor. Por eso es necesario aban­donar toda actividad, al menos duran­te unas horas por día. Esto es así sólo al comienzo. Una vez que has aprendido el arte del des­canso, puedes estar en actividad y en reposo al mismo tiempo, porque en­tonces sabes que el descanso es algo tan íntimo que nada que provenga de afuera puede perturbarlo. La activi­dad continúa en la periferia, mientras que, en el centro, tú sigues en reposo. Entonces, sólo al comienzo hay que abandonar toda actividad durante al­gunas horas. Cuando uno ha incorpo­rado el arte, ya no hay problema: uno puede permanecer en estado de medi­tación durante las veinticuatro horas del día y continuar al mismo tiempo con todas las actividades de su vida cotidiana.
Pero recuerda: la palabra clave es descanso, relajación. Nunca vayas en contra del descanso y la relajación. Acomoda tu vida de tal manera que dejes de lado toda actividad inútil (pues el noventa por ciento de las actividades son vanas: no tienen otro fin que matar el tiempo y mantenerse ocupado). Haz únicamente lo esencial y dedica cada vez más tus energías a tu viaje interior. Entonces, se produce aquel milagro en el momento en que puedes estar al mismo tiempo en re­poso y en actividad. Es la reunión de lo sagrado con lo mundano, la reu­nión del materialismo con el espiri­tualismo.

La meditación es FRIALDAD
Si recurres a los monjes católicos, jainistas o budistas, los notarás muy nerviosos. Tal vez no estén tan ner­viosos en sus monasterios pero, si los sacas al mundo, los notarás muy, muy nerviosos, porque a cada paso se to­pan con una tentación. Un hombre de meditación llega a un punto en que ya no tiene tentaciones. Trata de enten­derlo. La tentación nunca proviene de afuera; es el deseo reprimido, la ener­gía reprimida, la ira reprimida, la se­xualidad reprimida, la avidez reprimi­da, lo que da origen a la tentación. La tentación surge de tu interior; no tiene nada que ver con cosas exteriores. No es que aparezca un diablo y te tiente; es tu propia mente reprimida que se vuelve maligna y ansía vengarse. Pa­ra controlar a esta mente, uno debe mantenerse tan frío e indiferente que la energía vital no pueda recorrer las extremidades ni el cuerpo. Si se per­mite la circulación de la energía, esas represiones aflorarán a la superficie. Por eso la gente aprende cómo mante­nerse insensible, cómo tocar a los otros y a pesar de ello no tocarlos, có­mo ver a la gente y al mismo tiempo no verla. La gente vive con clichés: "Hola, ¿cómo estás?" Nadie quiere decir nada con estas frases. Tienen la única finalidad de evitar el verdadero encuentro entre dos personas. Nadie mira al otro a los ojos, le toma las ma­nos ni trata de sentir la energía del otro. La gente no se permite abrirse al otro. Muy asustada, la gente apenas se controla de alguna manera... Fríos y muertos, con camisa de fuerza.
Un hombre de meditación aprende a estar lleno de energía, a un nivel má­ximo, óptimo. Vive en la cima; hace de la cima su morada. Con seguridad, tiene su calidez, pero no es fervoroso; sólo muestra señales de vida. No es de temperamento caliente; es frío, pues no se deja llevar por sus deseos. Es tan feliz que ya no busca la felici­dad. Se siente tan cómodo, tan como en casa, que no va hacia ningún lado; no anda a las corridas ni persigue na­da... Es insensible y frío.

La meditación es UNIDAD
El sexo resulta tan atractivo porque permite que dos seres, durante un ins­tante, se transformen en uno. Pero, en ese momento, no tienes conciencia. Buscas lo inconsciente porque aspiras a la unidad. Pero, cuanto más lo bus­ques, tanto más pendiente estarás. En­tonces, no sentirás el éxtasis del sexo, pues el éxtasis surge de lo inconscien­te. Puedes dejar de lado la conciencia en un momento de pasión. La con­ciencia se pierde. Durante un breve instante, estás en un abismo, pero sin conciencia de ello. Pero, cuanto más lo buscas, tanto más se pierde. Final­mente, llega un momento en que, en situaciones sexuales, el momento de falta de conciencia ya no se produce. Se pierde el abismo, el éxtasis. Enton­ces, el acto sexual se transforma en al­go estúpido. Es sólo una liberación mecánica, sin que haya en él nada de espiritual.
Únicamente conocemos la unidad inconsciente; nunca hemos tenido ac­ceso a la unidad consciente. La medi­tación es unidad consciente; es decir, es el otro polo de la sexualidad. El se­xo está en un polo: el de la unidad in­consciente; la meditación está en el otro: el de la unidad consciente. La sexualidad está en lo más bajo de la escala de la unidad, mientras que la ­meditación está en lo más alto, en la cima de la escala de la unidad. La di­ferencia radica en el grado de con­ciencia. La mentalidad occidental piensa actualmente en la meditación porque el sexo ha perdido su atractivo. Cada vez que una sociedad se vuelve per­misiva respecto del sexo, aparece la meditación, porque el sexo sin inhibi­ciones elimina la magia y el romanti­cismo de la sexualidad, anula su as­pecto espiritual. Ahí hay mucho sexo, con lo cual uno no puede seguir sin tener conciencia de ello. Una socie­dad reprimida sexualmente puede se­guir siendo erótica, pero una sociedad liberada, desinhibida, no puede con­servar para siempre su erotismo. Tie­ne que ser trascendida. Por lo tanto, si una sociedad es sexual, ha de seguirla la meditación. Para mí, una sociedad liberada en el terreno sexual es el pri­mer paso hacia la exploración y la búsqueda.



La meditación es RECREACIÓN
No estoy en contra del sexo, y no estoy diciendo que lo abandones. Es­toy pidiendo que lo entiendas, que medites acerca de este tema, y que no te quedes sólo haciendo el amor de manera inconsciente. Y eso hará de tu meditación la más grande de todas. Está más consciente, alerta, pendien­te, y observa lo que sucede realmente. Este momento de éxtasis, ¿se produce por medio del sexo o porque no hay más sexo durante un rato y el deseo ha desaparecido? Durante unas horas después de hacer el amor, no piensas en el sexo. De ahí la paz, la calma, la tranquilidad. Nuevamente surgirá el deseo y volverán las perturbaciones; nuevamente se producirá un distur­bio: el lago se agitará y hará olas.
Si uno medita acerca de su propia sexualidad, uno comienza a compren­der grandes secretos de la vida que allí se ocultan. La clave está en el se­xo. La sexualidad no sólo es la clave para la reproducción, sino también para volver a recrearse a uno mismo. No es sólo reproducción; es verdade­ra recreación.
La palabra "recreación" ha perdido su significado original. Ahora, "re­creación" alude a disfrutar unas vaca­ciones, a gozar jugando por ahí. Pero, de hecho, cada vez que juegas o estás de vacaciones, en ti se crea algo nue­vo. Es verdaderamente re-creación; es algo más que placer. Algo que en el trabajo y en el mundo cotidiano mue­re, aquí renace. Y el sexo se ha trans­formado en el acto más recreativo de la vida de la gente. Constituye su ac­to re-creativo. Pero, en un plano supe­rior, es realmente recreativo, y no só­lo placer. Guarda en sí grandes secre­tos, y el primero de ellos es (si medi­tas, lo descubrirás) que el placer se produce porque el sexo desaparece. Y, cuando estás viviendo ese momento de placer, también el tiempo desapa­rece (si meditas), la mente también desaparece. Y éstas son las caracterís­ticas de la meditación. Mi opinión es que la primera vis­lumbre de meditación debe de haber aparecido en el mundo por medio del sexo; no hay otra posibilidad. La me­ditación debe de haber cobrado vida a través de la sexualidad, pues el sexo es el fenómeno más meditativo (si lo comprendes, si llegas a lo profundo de él, si no lo usas como si fuera una droga). Entonces, poco a poco, a me­dida que crece la comprensión del fenómeno, tanto más desaparece el de­seo, hasta que llega un día de gran li­beración, en el cual el sexo deja de obsesionarte. Entonces, uno está tran­quilo, callado, completamente uno mismo. Ha desaparecido la necesidad del otro. Si quiere, uno igual puede hacer el amor, pero no es necesario.
Entonces, será una especie de acto compartido.

La meditación es DESCANSO
Cuando digo "Abandona el yo y la mente", no quiero decir que ya no puedas utilizar la mente. De hecho, cuando no te quedas pegado a la men­te, puedes usarla mucho mejor, de manera mucho más eficiente, porque la energía que usabas para adherirte a ella queda disponible. Y, cuando no estás continuamente en el terreno de la mente, las veinticuatro horas del día centrado en ella, también le das a la mente un tiempo de descanso. ¿Sabes? Hasta los metales necesi­tan descansar; hasta los metales se fa­tigan. Entonces, ¿qué decir de este su­til mecanismo de la mente? Es el me­canismo más sutil del mundo. En un cráneo tan pequeño, tienes una biocomputadora tan compleja que no existe aún ninguna computadora crea­da por el hombre que sea capaz de competir con la mente. Los científi­cos dicen que el cerebro de un solo hombre podría albergar todas las bi­bliotecas del mundo y aún quedaría algo más de espacio.
Y estás usándola permanentemen­te. ¡Para nada, innecesariamente! Te has olvidado de cómo apagarla. Que­da encendida durante setenta u ochen­ta años, funcionando y funcionando, y se fatiga. Por eso la gente pierde in­teligencia: por la sencilla razón de que están muy cansados. Si la mente pudiera descansar un poco, si pudie­ras dejarla tranquila durante unas ho­ras por día, si de vez en cuando le die­ras un descanso a tu mente, ella reju­venecería, se volvería más inteligente, más eficiente, más capacitada.
Entonces, no digo que no utilices tu mente, sino que no seas usado por ella. Justamente en este momento, la mente es el amo y tú el esclavo. La meditación te hace amo y trans­forma a la mente en esclava. Y recuer­da: la mente como amo es peligrosa, porque, después de todo, no deja de ser una máquina. Pero la mente como esclava es extremadamente útil e im­portante. Una máquina debe funcio­nar como tal, no como amo. Nuestras prioridades están todas del revés: es tu conciencia la que debería ocupar el lugar del amo. Entonces, cada vez que quieras usarla, tanto en Oriente como en Oc­cidente (por supuesto que la necesita­rás en el mundo mercantil), ¡úsala! Pero, cuando no la necesites, cuando estés descansando en tu casa, junto a la pileta de natación o en el jardín, no hay necesidad: i déjala de lado y olví­dala! Simplemente, existe.

La meditación es ser el AMO
La sociedad no podría existir sin el lenguaje; necesita de él. Pero la exis­tencia no. No estoy diciendo que de­bas existir sin el lenguaje. Tienes que usarlo. Pero tienes que ser capaz de encender y apagar el mecanismo de verbalización. Cuando existes como un ente social, es necesario el meca­nismo del lenguaje. Pero, cuando es­tás a solas con la existencia, debes ser capaz de apagarlo. Si no puedes ha­cerlo, continúa funcionando y no pue­des detenerlo. Entonces, te transfor­mas en un esclavo de este mecanismo. La mente debe ser un instrumento, no el amo.
Cuando la mente se transforma en el amo, se produce un estado no me­ditativo. Cuando el amo eres tú, cuan­do el amo es tu conciencia, hay un es­tado meditativo. Entonces, la medita­ción implica transformarse en el amo del funcionamiento de la mente.

La meditación es en el INTERVALO
Toma conciencia de tus procesos mentales, de cómo funciona tu mente. En el momento en que adquieres con­ciencia del funcionamiento de tu mente, te separas de ella. La misma conciencia significa que tú estás más allá de la mente: te mantienes aparta­do, eres testigo. Y, cuanto más alerta estés, más capaz serás de notar los in­tervalos que separan la experiencia de las palabras. Los intervalos están allí, pero tú estás tan poco alerta que nun­ca los percibes. Entre dos palabras siempre hay un intervalo, por más im­perceptible o pequeño que sea. Si no fuera así, las dos palabras no podrían seguir siendo dos: se transformarían en una sola. Entre dos notas musica­les, siempre hay un intervalo, un si­lencio. Dos palabras o dos notas no podrían ser dos si entre ellas no exis­tiera un intervalo. Siempre hay allí un silencio, pero uno debe estar realmen­te concierte y atento para percibirlo. Cuanto más consciente estés, más lenta se vuelve la mente. Siempre es proporcional: a menor grado de con­ciencia, tanto más rápido trabaja la mente; y, a mayor grado de concien­cia, tanto más lento será el funciona­miento de la mente. Cuando estás más pendiente de la mente, más lenta se vuelve, mientras que aumentan los in­tervalos que separan a dos pensa­mientos. Entonces, puedes notarlos. Es como una película. Cuando el proyector pasa la cinta en cámara len­ta, puedes ver los intervalos. Si levan­to la mano, esto se divide en miles de partes, cada una de las cuales será una sola foto. Si estas miles de fotos pa­san ante tus ojos a una velocidad tal que no llegas a ver los intervalos, ve­rás la elevación de la mano como un proceso. Pero, en cámara lenta, pue­des percibir los intervalos. La mente es como una película: los intervalos están allí. Cuanta más aten­ción le prestes a tu mente, tanto más los percibirás. Es como el cuadro ges­talt: un cuadro que contiene al mismo tiempo dos imágenes diferentes. Uno puede ver una imagen o la otra, pero no puede ver las dos al mismo tiempo. Puede ser un cuadro de una anciana y, al mismo tiempo, de una joven. Pero, si has visualizado una de las dos imá­genes, no puedes ver la otra; y, cuan­do has visualizado la otra, se pierde la primera. Aun cuando sepas perfecta­mente bien que has visto las dos imágenes, no puedes ver ambas simultá­neamente. Lo mismo sucede con la mente. Si ves las palabras, no puedes percibir los intervalos; y, si ves los intervalos, se te pierden las palabras. Toda pala­bra es seguida de un intervalo, y todo intervalo es seguido de una palabra, pero no puedes registrar ambos de manera simultánea. Si te concentras en los intervalos, se pierden las pala­bras y te ves arrojado en la medita­ción.
Una conciencia que sólo se con­centra en las palabras no es meditati­va, mientras que una conciencia que se concentra únicamente en los inter­valos lo es. Cada vez que tomes con­ciencia de los intervalos, se perderán las palabras. Si observas con aten­ción, no encontrarás palabras: sólo hallarás un intervalo.
Puedes percibir la diferencia entre dos palabras, pero no puedes registrar la diferencia entre dos intervalos. Las palabras son siempre plurales, mien­tras que el intervalo es siempre singu­lar: "el" intervalo. Se funden y se transforman en uno. La meditación implica concentrarse en el intervalo.

La meditación es en el PRESENTE
La mente se concentra: actúa a par­tir del pasado. La meditación actúa en el presente, a partir del presente. Es una pura respuesta dirigida al presen­te, no una reacción. No actúa a partir de las conclusiones, actúa viendo lo existencial. Analiza tu vida: hay una gran diferencia cuando actúas a partir de las conclusiones. Ves un hombre y sientes que te atrae: es un hombre her­moso, luce muy bien, parece inocen­te. Tiene ojos bellos, su mirada es her­mosa. Pero después el hombre se pre­senta y dice: "Soy judío", cuando tú eres cristiano. Algo se quiebra de in­mediato y se produce un distancia­miento: ahora, el hombre ya no es inocente, ya no es hermoso. Tú tienes ciertas ideas sobre los judíos. O bien él es cristiano cuando tú eres judío y tienes ciertas ideas sobre los cristia­nos (lo que la cristiandad les ha hecho a los judíos históricamente, lo que otros cristianos les ha hecho a los ju­díos, cómo han torturado judíos a tra­vés de los años... Y él es cristiano), y algo de repente cambia. Esto es actuar a partir de conclusiones, de prejui­cios, en lugar de mirar a este hombre; porque este hombre puede no ser la clase de hombre que crees que debe ser un judío... Pues cada judío es una clase de hombre diferente, cada hindú es una clase de hombre diferente, al igual que cada mahometano. No pue­des actuar desde los prejuicios. No puedes actuar rotulando a la gente. No puedes encasillar a la gente; nadie puede ser encasillado. Puede haberte engañado una centena de comunistas pero, cuando conoces al comunista número ciento uno, no sigas soste­niendo la categoría que tu mente ha creado: que los comunistas son im­postores, o lo que sea. Éste puede ser otra clase de hombre, dado que no hay dos personas iguales. Siempre que actúas a partir de conclusiones, se trata de la mente. Cuando puedes ob­servar el presente sin permitir que ninguna idea obstruya la realidad ni los hechos, simplemente contemplas el hecho y actúas a partir de esta ob­servación: eso es la meditación.

La meditación es un ACONTECIMIENTO
Cuando digo que debes abandonar el pensamiento, no creas que es inme­diato, porque yo tengo que usar el lenguaje. Entonces, afirmo "abando­na el pensamiento" pero, si empiezas a abandonarlo, te perderás, porque nuevamente lo reducirás a una acción. "Abandona el pensamiento" significa simplemente que no hagas nada. Siéntate. Deja que las ideas se aclaren por sí solas. Deja que la mente suene en su propio acorde. Limítate a sen­tarte contemplando la pared, en un rincón silencioso, sin hacer nada de nada. Relajado, flojo, sin hacer es­fuerzo alguno, sin ir a ningún lado. Como si estuvieras quedándote dormido despierto: estás despierto y te estás relajando, pero todo el cuerpo se va quedando dormido. Sigues alerta por dentro, pero todo el cuerpo entra en una profunda relajación. Las ideas se aclaran por sí mismas, sin que necesites pasar de una a otra, sin que necesites tratar de ponerlas en orden. Es como si un arroyo se llena­ra de lodo... ¿Qué haces? ¿Saltas en él y ayudas a que el arroyo recupere su claridad? ¡Producirás más lodo! Sim­plemente te sientas en la orilla, y es­peras. No hay nada que hacer, porque cualquier cosa que hagas llenará más de barro el arroyo. Si alguien atravesó el arroyo y las hojas muertas volvie­ron a la superficie y subió el lodo, só­lo es necesario tener paciencia. Sim­plemente siéntate en la orilla, y obser­va, con frialdad. Y, a medida que el arroyo continúe fluyendo, se llevará las hojas muertas y el lodo comenza­rá a bajar, pues no puede flotar eterna­mente. Después de un rato, en forma repentina, tomarás conciencia de que el arroyo está nuevamente claro como un cristal. Cada vez que un deseo atraviesa tu mente, el arroyo se llena de lodo. Así que simplemente siénta­te; no trates de hacer nada. En Japón, estar simplemente sentado se llama zazen: consiste sólo en sentarse y no hacer nada. Y, un día, acontece la me­ditación. No es que la vayas a buscar; te llega. Y, cuando la meditación llega a ti, la reconoces de inmediato. Siem­pre ha estado ahí, sólo que no estabas mirando en la dirección correcta. El tesoro ha estado contigo, pero estabas ocupado en otra cosa: en pensamien­tos, en deseos, en mil y una cosas. No estabas interesado en una cosa úni­ca... y era tu propio ser...
Cuanto más comprendes el meca­nismo de la mente, más posibilidades tienes de no interferir. Cuanto más en­tiendes cómo funciona la mente, más posibilidades tienes de poder sentarte en estado de zazen. De ser capaz de sentarte, sólo sentarte y no hacer na­da; de ser capaz de permitir que la meditación acontezca. Es un aconte­cimiento.

La meditación es TRANSFORMACIÓN
Si sientes una gran resistencia ha­cia la meditación, esto simplemente indica cuán profundamente pendiente estás de que suceda algo que modifi­que toda tu vida. Temes volver a na­cer. Has puesto tanto de ti en tus vie­jas costumbres, en la antigua persona­lidad, en la vieja identidad... Meditación es nada más que tratar de purificar el propio ser, tratar de re­frescarse y rejuvenecer, tratar de vol­verse más vivo y más consciente. Si temes la meditación, significa que le tienes miedo a la vida, que le temes al estado de conciencia, y la resistencia se produce porque sabes que, si entras en estado de meditación, es seguro que algo sucederá. Si no te resistes para nada, tal vez se deba a que no te tomas muy en serio la meditación; no la consideras muy sinceramente. En­tonces, puedes divertirte: ¿qué habría que temer?

La meditación es volver a CASA
Hay en ti dos planos: el plano de lo mental y el plano de lo no mental. O bien, permíteme ponerlo en estos tér­minos: el plano en el cual estás en la periferia de tu ser, y el plano en el cual estás en el centro de tu ser. Todo círculo tiene un centro, que puedes conocer, o no. Tal vez ni siquiera sos­peches que hay un centro, pero debe haberlo. Eres una periferia, eres un círculo: hay un centro. Sin un centro, no podrías existir. Hay un núcleo de tu ser. En ese centro, ya eres un Buda, un siddha, alguien que ya ha llegado al centro. En la periferia, estás en el mundo: en la mente, en los sueños, en los deseos, en las ansiedades, en mil y un juegos. Y eres las dos cosas. Poco a poco, puedes ir pasando de la periferia al centro y del centro a la periferia, muy suavemente, así como entras y sales de tu casa caminando. No creas una dicotomía. No dices: "Estoy afuera de mi casa, ¿cómo pue­do entrar?" No dices: "Estoy dentro de mi casa, ¿cómo puedo salir?" Hay sol afuera, está cálido y agradable. Te sientas afuera, en el jardín. Luego, ha­ce más y más calor, y comienzas a transpirar. Entonces, ya no es agrada­ble: simplemente, te levantas y entras a la casa. Allí está fresco; no es incó­modo. Ahora, está agradable. Sigues entrando y saliendo. De la misma manera, un hombre con capacidad de conciencia y de comprensión pasa de la periferia al centro, y del centro a la periferia. No se queda estancado en ningún lugar. De la plaza comercial al monasterio, del sansar al sannya, de estar extro­vertido a estar intravertido. Sigue mo­viéndose continuamente, pues éstas son sus dos alas, no se oponen. Pue­den estar equilibradas en direcciones opuestas; tienen que estarlo. Si las dos alas estuvieran del mismo lado, el pájaro no podría levantar vuelo hacia el cielo. Deben estar en equilibrio, tie­nen que estar en direcciones opuestas, pero igual pertenecen al mismo pája­ro y le sirven al mismo pájaro. Tu in­terior y tu exterior son tus dos alas. Hay que recordar esto con mucha pro­fundidad, ya que hay una posibili­dad... de que la mente tenga una ten­dencia a quedarse estancada. Hay gente que se queda estancada en la plaza comercial y dice que no puede salir de ella y que no tiene tiempo pa­ra la meditación. Afirman que, aunque tuvieran tiempo, no sabrían cómo meditar y que no creen que sean capa­ces de hacerlo. Dicen ser mundanos: ¿cómo podrían meditar? Son materia­listas: ¿cómo podrían meditar? "Des­graciadamente, soy extravertido, ¿có­mo volverme hacia mi interior?", di­cen. Han elegido una sola de sus alas. Y, por supuesto, es natural que esto provoque cierta frustración. Con una sola ala, seguro que habrá frustración. Por otro lado, hay gente que se cansa del mundo y escapa de él: acu­den a los monasterios y al Himalaya, se transforman en sannyasins, mon­jes. Empiezan a vivir aislados, forzán­dose a una vida de encierro en sí mis­mos. Cierran los ojos, cierran todas sus puertas y sus ventanas, se transfor­man en monadas (sin ventanas) de Leibnitz y entonces se aburren.
En la plaza comercial, estaban har­tos, estaban cansados, frustrados. Se estaba transformando en un manico­mio; no podían hallar descanso. Ha­bía demasiadas relaciones y pocas va­caciones, no tenían espacio suficiente para ser ellos mismos. Estaban cayen­do en las cosas, perdiendo su esencia. Se volvían cada vez más materialistas y cada vez menos espirituales. Esta­ban perdiendo su rumbo. Estaban per­diendo la conciencia misma de existir. Huyeron. Hartos, frustrados, se esca­paron. Ahora, están tratando de vivir aislados, haciendo una vida introver­tida. Más tarde o más temprano, se aburren. Nuevamente, han elegido otra ala, pero otra vez eligen una sola. Éste es el camino de una vida asimé­trica. Han caído nuevamente en la misma falacia pero del polo opuesto.
No estoy a favor ni de ésta ni de la otra. Me gustaría que fueras capaz de permanecer en la plaza comercial y, al mismo tiempo, de ser meditativo. Me gustaría que te relaciones con la gen­te, que ames, que te muevas en miles de relaciones (que te enriquecen) y aun así puedas cerrar las puertas y a veces puedas tomarte un descanso de toda relación, para poder relacionarte también con tu propio ser.
Relaciónate con otros, pero tam­bién contigo mismo. Ama a los de­más, pero también a ti mismo. ¡Sal! El mundo es hermoso, está lleno de aventuras; es un desafío, y te enrique­ce... ¡No te pierdas la oportunidad! Siempre que el mundo llame a tu puerta y te convoque, ¡ve! Enfréntalo sin temor: no hay nada que perder; tienes todo por ganar. Pero no te pierdas. No sigas más y más hasta perderte. A veces, retorna a casa. A veces, olvídate del mundo: ésos son los momentos de medita­ción. Cada día, si quieres ser equili­brado, debes equiparar lo interior y lo exterior. Ambos deben tener el mismo peso, de manera que tu interior nunca se torne asimétrico.
Esto significa la afirmación del maestro zen: "Camina en el río, pero no dejes que el agua te toque los pies." Está en el mundo, pero no seas del mundo. Está en el mundo, pero no dejes que el mundo esté en ti. Cuando llegas a casa, llegas a casa: como si el mundo entero hubiera desapareci­do.

La meditación es vivir ALEGREMENTE
La vida carece de propósito. No te sobresaltes. Toda la idea de propósito es errónea: surge de la codicia. La vi­da es mera alegría, festividad, diver­sión, carcajada; carece de propósito alguno. La vida es su propio fin, care­ce de otro objetivo. En el momento en que entiendes esto, comprendes de qué se trata en todo el tema de la me­ditación. Consiste en vivir tu vida de manera alegre, festiva, totalmente, y sin una meta final, sin un propósito a la vista, sin finalidad alguna. Simple­mente, como un niño pequeño que juega en la orilla, juntando caracoles de mar y piedras de colores: ¿con qué finalidad? No hay propósito algu­no.

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